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The Cadence Of Part Time Poets (Traducción Español)

Summary:

“Ellos son… caos,” dijo Remus con firmeza.
“Y el caos es–”
“Rock and roll”
Miró fijamente a Sirius, y por una vez, correspondió a su sonrisa. “Sí.”
“Entonces, tal vez esa sea mi excusa” dijo Sirius. “Yo ahora causo un poco de caos, y tal vez un día, ese caos se transforme en rock and roll.”

Tras perder a su madre a los once años, Remus ha pasado la mayor parte de los últimos cuatro años yendo de un colegio a otro o corriendo por Londres y fingiendo que no era la clase de niño bueno que su padre lo había criado para ser. Una vez que la paciencia de su padre se acabó, Remus es enviado a la escuela Independiente Hawkings como un último esfuerzo para cambiar su comportamiento. Allí conoce a las personas que marcaran el resto de su vida y se ve obligado a enfrentarse a las partes de sí mismo que creía perdidas.

Notes:

Chapter 1: Tomny y sus Chicos

Chapter Text

Magically bored,

On a quiet street corner

Free frustration,

In our minds and our toes


Quiet storm water,

M-m-my generation

Uppers and downers,

Either way, blood flows.

 

Inside, outside, leave me alone,

Inside, outside, nowhere is home

Inside, outside, where have I been?

Out of my brain on the five fifteen!

 

- “5.15” The Who, 1973

 


Lunes 1 de septiembre de 1975

 

El apartamento solo tenía dos habitaciones y ciertamente cabían más de dos cuerpos, pero de algún modo Remus seguía despertándose sólo. No era su habitación, desde luego, pero allí se sentía más a gusto que en ningún otro sitio en mucho tiempo.

Como la mayoría de las noches de verano en el apartamento, había estado sudando mientras dormía y tenía la camiseta pegada a la espalda, delineando un cuerpo pegado y una columna vertebral huesuda en el espejo que se apoyaba en las puertas del armario. En algún momento del verano había aparecido una pequeña rotura en la esquina del espejo. Nadie había dicho nada sobre la rotura, probablemente porque no había nada que decir; aunque el espejo hubiera echado una maldición de siete años de mala suerte sobre uno de ellos, no importaría. Los chicos se repartirían la mala suerte entre ellos hasta que no fueran más que unos cuantos días de lluvia, y eso era bastante común en Londres.

Remus parpadeó bajo la brillante luz matinal que se colaba por las persianas rotas. Se había quedado dormido con una zapatilla puesta, al parecer, y llegó a la conclusión de que había perdido la otra en algún lugar del apartamento mientras recogía del suelo el cinturón y el calcetín que le quedaba. Tanto el apartamento como la cama en la que se había despertado pertenecían a Tomny, lo que podría preocuparlo, pero en realidad solo significaba que los más probable era que el chico mayor hubiera seguido a alguna chica para dormir y hacer otras cosas. Probablemente Cheryl o Donna. Que Tomny siempre invitara a gente no significaba que tuvieran que quedarse en su casa.

Encontró su otra zapatilla metida bajo la cabeza de Doss en el descuidado living del departamento. Aún era temprano en lo que a los chicos del East End londinense se refería, pero Remus tenía otros problemas con los que lidiar aparte de lo tarde que había amanecido y las náuseas que sentía en las entrañas. Lyall iba a matarlo, si Giles no se le adelantaba.

La única otra persona que se había levantado era Seesaw, apodado así porque era ciego de un ojo. Por eso no se percató de la presencia de Remus hasta que se le puso delante en la cocina.

“Buenos días”, dijo Seesaw, mientras se tomaba su taza de café con whisky.

“Buenos días”, murmuró Remus, casi con ganas de haber tenido tiempo de tomarse un trago. Él y Seesaw nunca habían sido muy amigos, pero se habían prestado unas libras o un porro de vez en cuando y se llevaban bien. “¿Está Tomny?”.

Seesaw sacudió la cabeza. “Tenía algo que hacer temprano. Dijo que volvería pronto para despedirse de ti”.

Remus se pasó la lengua por los dientes. La boca le sabía muy mal. “No es necesario. Nos despedimos anoche”.

“¿Ya te vas?”

“Sí, tengo que ir a un sitio.” Debería haber estado allí anoche, la verdad.

“Bueno”, dijo Seesaw, levantando su taza, “salud.”

“Salud”, dijo Remus, antes de meterse las manos en los pantalones y salir por la puerta principal del pequeño y descuidado apartamento.

No se arrepentía de no haberse despedido- ya se habían despedido muchas veces la noche anterior, mientras estaban drogados con Dios sabe qué. Por lo general, se trataba de hacerse los tontos mientras se retaban a hacer estupideces como colgarse de los pulgares desde el balcón del tercer piso o jugar a la gallinita, que consistía en ponerse una manzana en la cabeza y dejar que tu compañero te lanzara un dardo. Remus casi siempre se libraba gracias a Tomny, pero ni siquiera él era inmune a que le tiraran una cerveza o le bajaran los pantalones. A veces no era tan malo tener quince años.

El teléfono más cercano al apartamento de Tomny estaba a tres calles de distancia y la mayoría de las veces tenía un vagabundo durmiendo dentro. Con los cordones aún desatados, Remus hizo el trayecto por su cuenta, como siempre hacía, aunque esta mañana tuvo suerte: no había vagabundos. Puso el cambio en el contador, intentando no hacer una mueca de dolor cuando el tono de llamada hizo que su ya presente dolor de cabeza palpitara aún más fuerte. Remus siempre llevaba encima suficiente dinero como para hacer una o dos llamadas, y más de una vez le habían robado un par de libras. Eso había dejado de ocurrir desde que los demás habían empezado a notar que se juntaba con Tomny. Ir con un grupo como el suyo significaba que no tenía que preocuparse de que nadie lo mirara por la calle como un trozo de carne. Pero eso cambiaría: la reputación del East End sólo se mantenía mientras la gente te viera por ahí. Para cuando regresara el próximo junio, volvería a estar al pie del cañón. Menos, si Tommy no le daba la bienvenida.

Aunque Remus no podía imaginar por qué no lo haría.

Giles siempre atendía al tercer timbrazo, sólo que esta vez el teléfono hizo clic y se quedó al aire. Podría haber ensayo que la llamada se había cortado por completo si no hubiera oído la respiración entrecortada al otro lado.

“Muy bien, ¿dónde estás?”

"Buenos días a ti también Gil”, murmuró Remus, todavía frotándose el sueño de los ojos. “¿Vienes a buscarme?”

“Esta vez sí que te has lucido, muchachito”.

“Sí, ¿de qué manera?”

“Sólo dime dónde estás, pequeño bicho”.

“Nos vemos en lo de siempre”. Remus colgó el receptor y se frotó la cara, dejando escapar un gemido superficial. Hacía un calor de mil demonios en la cabina y aún se sentía mal por lo de la noche anterior, pero un rápido vistazo a sus bolsillos le dijo que al menos aún tenía sus cigarrillos. Acababa de encender uno cuando oyó un portazo detrás de él. A punto de dejar caer el cigarrillo, se dio la vuelta, dispuesto a darle una paliza a cualquier imbécil por buscar pelea tan temprano, pero cuando vio quién era el feo imbécil que lo miraba, sus hombros se relajaron.

“¿Todo bien, Lu?” llamó Tomny, entrecerrando los ojos a través del cristal rayado.

Remus le saludó con la mano y empujó la puerta, saliendo a la esquina de la calle. “Eres un imbécil”.

Tomny le devolvió la sonrisa, con los ojos azules entrecerrados bajo el sol. Alargó la mano, arrancó el cigarrillo de entre los labios de Remus y le dio una calada, aunque ya tenía uno metido detrás de la oreja.

"¿A dónde crees que vas?” Tomny dijo, hablando alrededor del humo.

Mordisqueándose el labio inferior, Remus miró hacia abajo y sacó otro cigarrillo. Antes de que pudiera comprobar que su caja de fósforos estaba vacía, Tomny sacó su propio zippo de metal, lo encendió y se lo tendió. Remus aspiró y dejó que el humo flotara entre ellos antes de hablar.

“Ya sabes dónde. Tengo que irme a casa. Debería haber vuelto ya”.

Tommy asintió despreocupadamente. “Pero no lo hiciste”.

“Sólo porque te hice caso”.

“De todos modos, todas las mejores historias comienzan así”. Dijo Tomny, sonriendo. “No significa que puedas levantarte e irte sin despedirte”.

Remus enarcó las cejas. “No estabas en el apartamento cuando me desperté. Y ya nos despedimos ayer”.

“Tsk. ¿Quién estaba al teléfono?”

“Nadie. Los de casa, Lo de siempre”.

Tomny lo miró. “Hm”.

Remus le devolvió la mirada. “Hm”.

Eso le valió otra sonrisa y, después de exhalar un poco de humo por la nariz, Tomny se dio la vuelta y cruzó la acera hasta un muro de piedra bajo. Se dio la vuelta y se acomodó en el borde y, tras un momento de mirada fija, Remus se le unió.

“Qué calor hace hoy, ¿verdad?” dijo Tomny, entrecerrando los ojos hacia el cielo de agosto (ahora septiembre, se dio cuenta Remus). Unos rizos rubios y sucios le cayeron sobre los ojos al levantar la vista, y se los apartó antes de rascarse la nariz.

“No llevo dinero encima”, dijo Remus.

Tomny volvió la vista hacia él, sonriendo satisfecho. “Por qué dices eso”

“Siempre recurres al clima cuando quieres dinero, imbécil”.

Tomny sonrió, arrugando las comisuras de los ojos. “Me he vuelto predecible, ¿no?”

“Nah”, Remus hizo un gesto con la mano, “soy sólo yo”.

“Así es”, dijo Tomny, señalándolo con su cigarrillo, “no se te escapa nada. Es porque ves cosas, Remus Lupin. Ves a la gente. Debe ser la altura, juraría que has crecido medio metro en el último mes”:

Incapaz de discutirlo, Remus se limitó a dar otra calada a su cigarrillo, con el familiar sabor del tabaco barato quemándole la garganta mientras sonreía para sí mismo. No podía evitar ser un imbécil alto y larguirucho, y ver a la gente era más fácil que conocerla, pero no era difícil conocer a Tomny Armstrong.

Nacido como “Thonas Daniel Armstrong”, después de que su propia madre escribiera mal “Thomas” en su partida de nacimiento mientras estaba drogada con oxicodona, Tomny vivía cada día como si fuera su mejor amigo. Apenas un hombre y ya con una terrible adicción a la cocaína -que nunca pareció frenarle- hizo del East End su palacio, y de cada uno de los vagabundos de allí, sus súbditos. Se metía en líos cuando le convenía, se portaba bien cuando no, y cuidaba de los suyos.

“Los chicos se alegraron de que vinieras anoche”, dijo Tomny alrededor de su cigarrillo, subiéndose el cuello de la chaqueta para que no le diera el sol en la nuca.

“¿Ah, ¿sí? Dijo Remus, bajando la mirada a su regazo mientras balanceaba sus zapatillas raspadas contra la pared hasta que chocaron con el cemento. “Supongo que estabas loco, entonces”.

“Mi atrevido Lu”, dijo Tomny con ironía. “Claro que me alegré. Esta mañana prácticamente salí corriendo de Burrin para despedirte, pequeño imbécil. Tuve suerte de atraparte cuando te escapabas”:

Burrin era un patrón, un jefe al que Tomny consideraba más cercano que la sangre, después de todos los años que había pasado corriendo por el East End para él, antes de que ninguno de los chicos lo conociera siquiera. Había sido Burrin quien compró el apartamento en primer lugar, aunque llevaba años a nombre de Tomny.

“No me estaba escapando”, señaló Remus, “por tu culpa perdí mi tren. Cuando llegue a casa, probablemente me despellejen”.

“podría ayudar con tu labio. Pero supongo que ese es trabajo de una escuela tosa aplicada. Sé que estás emocionado”, Movió las cejas descaradamente.

“¡No lo estoy!” Remus estalló. “Y no voy porque quiera. A papá se le ocurrió. O es esto o me va a hacer la vida imposible. Después del último encuentro con la policía, pensé que me iba a matar”. Y Lyall quizá lo habría hecho, de no ser porque la idea de ver titulares como «El hijo del ministro termina en la cárcel» o «Lupin cumpliendo condena por orden de Su Majestad» en la portada del Daily no le resultaba nada atractiva.

“No te culpo, Lu”, dijo Tommy, adoptando brevemente la jerga escocesa que había usado en su juventud, antes de que su madre lo trajera de Dunoon a Londres. A veces lo mezclaba con su jerga habitual del East End para atraer chicas.

“No todo el mundo consigue un boleto para salir de este lugar, ¿sabes?” Tommy continuó. “Lo entiendo. Aunque admito que ayuda un poco pensar en uno de mis propios chicos, dirigiéndose a algún lugar de niños chetos”. Tommy le dio una palmada en la espalda a Remus y a éste casi se le cae el cigarrillo entre las piernas. “¿Cómo dijiste que se llamaba el lugar?”

A Remus se le apretó el estómago. “No te lo dije. Solo es la escuela para niños tontos”.

“Bueno, estoy seguro de que pronto te gustará”.

Lo duda. “No tengo nada en común con esos idiotas”.

“Hablas como ellos.”

“¡No lo hago!”

“¡Sí lo haces!” Tommy se río. “Cuando estás cansado, o borracho, o drogado, siempre vuelves a caer en esa elegancia de la alta burguesía. Quizá puedas engañar al resto de los muchachos, pero a mí no, mi querido John. Tienes buen RP, apuesto a que tu madre está muy orgullosa”.

“Nunca debí decirte mi segundo nombre”, refunfuñó Remus. “Suenas ridículo”.

Los ojos de Tommy brillaron. “Anoche llamaste a Doss ´mascota´”.

“¡No lo hice!”

“¡Lo hiciste! Te estabas burlando de él, pero, aun así. Cheryl hizo que le besaras la mano”.

Remus gimió y se tapó la cara, avergonzado. Ese era el problema con el alcohol de la calle, ese tipo de licor realmente barato. En un segundo estabas completamente coherente, controlando tus actos, y al siguiente estabas borracho y boca abajo en el regazo de alguien.

“Realmente fue muy encantador”, dijo Tommy, empujando a Remus ligeramente hasta que bajó las manos. “Cher quería darte un beso a cambio, pero entonces vomitaste en la papelera”.

Remus hizo una mueca. “Sí, encantador”.

Tommy dirigió su sonrisa hacia el otro lado de la calle, más allá de la mugrosa cabina telefónica. El muro donde estaban sentados daba al oeste y dejaba las espaldas expuestas al sol. La gente pasaba caminando, con la cabeza gacha, el cuello de la chaqueta levantado, completamente retraída. No estaba bien visto mirar a desconocidos en calles como aquella. No es que tuviera que preocuparse mucho cuando estaba con Tomny. Mientras estaban juntos, Remus podía distraerse con cosas como la forma en que el sol de verano iluminaba de un color dorado los rizos rubios sucios de Tomny. Su propio pelo no hacía eso -era de un castaño demasiado apagado- y se quedó mirando mientras Tomny golpeaba con los talones el muro de cemento y empezaba a tararear una melodía con la comisura de los labios. Remus la reconoció de inmediato: “Hello, Goodbye”, de Los Beatles.

Podría haberle pegado.

Estuvieron sentados un buen rato, uno al lado del otro -Tomny tarareando, Remus enfurruñado-, tomándose su tiempo. De todos modos, Giles tardaría un rato en llegar al lugar de siempre. Como un taxista cualquiera, se negaba a ir a la mayoría de los sitios del End por miedo a que algún delincuente respirara cerca de su precioso Rolls-Royce.

Mientras estaban sentados, Tomny seguía tarareando, contento de estar sentado en paz con el ruido de fondo de la zona. Eso era lo bueno de Tomny: nunca tenía prisa. Tampoco dejaba que los demás se apresuraran. Tomny era de los que se paran a oler a todas y cada una de las rosas, y si no había rosas, Tomny olía la basura de la esquina y te decía que olía a sol y a un maldito arco iris. Si alguien hubiera intentado decirle a Remus hace un año que seguiría corriendo con la mayor contradicción andante posible de un chico de dieciocho años, probablemente le habría apretado un cigarrillo entre los ojos intentar tomarle el pelo. Por aquel entonces Remus había pensado que para ser duro había que ser el peor de la cuadra, el más grande y el más malo; pero ese no era Tomny. Amable y despiadado, duro y suave a la vez, Tomny llevaba su corazón en la manga como un estandarte de orgullo. Si tenía algún defecto, eran las drogas y la forma en la que se ponía nervioso tanto cuando las tomaba como cuando las dejaba. Pero Remus no podía culparle por ello.

Nacido en ellas, con una madre apenas consciente durante la mayor parte de su infancia, había poco para chicos como Tomny aparte de las calles. Después de dejar la escuela a los diez años, se pasó la infancia corriendo para los otros muchachos del End hasta que reunió suficientes favores para merecer su propio lugar en la cima, y nunca dejó de ser generoso. Tomny ofrecía su pasado como favores de fiesta: un secreto para ti, una historia triste para ti, pero si me tienes lástima, aunque sea un poco, te daré una paliza.

Si Remus pudiera elegir su propia historia, habría preguntado cómo se había hecho Tomny esa cicatriz en el labio superior. La que lo hacía parecer un villano de Bond con poca luz en lugar de un borracho. Imaginó que se había peleado, pero ¿con quién? ¿Y si solo se había partido el labio y había cicatrizado mal o se había acuchillado? ¿Qué sentía al pasar los dedos por la pequeña cresta? ¿O besar a una chica? ¿Lo sentiría ella? ¿Lo encontraría misterioso e intrigante y pasaría tanto tiempo pensando en ello como él?

“¿Tengo algo en la cara, Lupin?”

Enderezándose de repente, Remus apartó la mirada y buscó a tientas su cigarrillo; pero había dejado que se consumiera mientras soñaba despierto.

“Maldito desperdicio”, refunfuñó, apartando el cigarrillo y cogiendo el paquete. Tomny le tendió la mano, y Remus metió otro cigarrillo entre dos de sus dedos antes de metérselo entre los dientes.

“Toma”.

Tomny se acercó con su encendedor y rodeó el cigarrillo de Remus con la mano. El suyo ya estaba encendido y echaba humo por la comisura de los labios mientras se concentraba en hacer que el de Remus cobrara vida. Ya estaban lo bastante cerca como para que Remus pudiera oler el agrio aroma del licor sobrante en su ropa. También había un lunar, se fijó, justo debajo de la oreja derecha de Tomny, en el borde del nacimiento del pelo.

“Vamos, Lupin. ¡inhala!”

“¡Lo siento!” gritó Remus, inhalando profundamente cuando el cigarrillo se encendió. Lo pellizcó con dos dedos para conseguir una buena calada y Tomny se apartó, cerrando su zippo con un chasquido satisfactorio.

“Pareces nervioso, Lu”, observó Tomny.

Remus sopló y sacudió los hombros, tratando de aflojarlos mientras observaba a un caballero que avanzaba por la calle apuesta a ellos, llevando un traje con más parches que tela. “Sólo pensaba en que tengo que irme”.

“No lo pienses demasiado. Pronto te acostumbrarás a estar fuera”:

“No quiero acostumbrarme”, murmuró Remus. Sintió un golpe en el codo, y se giró para encontrarse a Tomny mirándolo con esa expresión irónica tan familiar.

“Estarás bien”.

“No se trata de eso”.

Encogiéndose de hombros, Tomny pateó con los pies hacia delante antes de dejar que sus talones golpearan contra la pared.” Bueno, si realmente te cuesta, siempre puedes buscarte una chica. Luego podrás quejarte y lloriquear sobre lo injusto que es todo”.

Remus resopló. “Idiota”.

Tomny se inclinó muy cerca y Remus sintió que algo en su garganta se agitaba. “He oído que esas chicas de colegio privado en realidad son todas unas locas en secreto.”.

“¿Y de quién has oído eso?”

"Tengo mis fuentes".

“Hm”.

“Todo lo que digo es que debe haber una buena parte - ¿cómo lo llaman? Una lu–”

“Una ´luz de esperanza´”

“¡Ja! Eres un snob”.

“Vete a la mierda, idiota”.

Tomny soltó una risita y se sacudió los rizos, agarrando el borde de la pared entre las piernas e inclinándose hacia atrás para mirar el cielo azul. “Una ́luz de esperanza´”, comentó finalmente. “Suena bien, ¿verdad?”

Remus siguió su mirada hacia arriba. “Supongo que sí”.

“Hazme un favor, Lu. No te olvides de esto”.

Los ojos de Remus volvieron a Tomny, pero el otro chico seguía mirando hacia arriba.

“Este lugar”, dijo en voz baja, “la basura y el barro, los vagabundos y los que sangran. Los cigarrillos, los chicos, las calles y las roturas. Las malas drogas, el polvo, la suciedad y…”. Tomny se interrumpió como si se hubiera quedado sin palabras, pero Remus comprendió.

“No lo haré, Tom”.

La suave expresión de Tomny se transformó en una sonrisa satisfecha, luego en una mueca. Finalmente volvió a bajar la mirada. “Eres bueno, Lupin”.

“Idiota”.

“¡Si ¿ese soy yo, Tomny el Idiota! Y tú eres Lu, con todas las rodillas huesudas y las extremidades larguiruchas y muy elegante al hablar. Lo recordarás. Tu-”

“¡LU! ¡TOM!”

Al girar la cabeza al mismo tiempo, vieron a un pequeño grupo de chicos que los saludaban mientras cruzaban la calle. Tomny volvió a sonreír con facilidad y se llevó una mano a la frente para entrecerrar los ojos bajo el sol de media mañana.

“Y aquí están algunos de los perdedores”, dijo, antes de llamarlos. “¿Todo bien, chicos?”

“¡Muy bien, Tom!” Respondieron al unísono.

“¿Está Flacky contigo?”

“¡Por supuesto!” llamó Flacky, agitando sus cortos brazos mientras él y los otros chicos se acercaban; Doss a su lado, con sus botas militares, y Lee cerrando la fila, con las manos en los bolsillos.

“¿Tu madre no te había echado la bronca por volver a robar en la tienda de Bailey?” preguntó Tommy con una sonrisa de satisfacción.

Flacky sonrió, mostrando un diente delantero que le faltaba. Sólo tenía trece años, menos que Remus, pero llevaba tanto tiempo como él correteando con Tommy, “Sólo me agarro un poco de las orejas”, dijo. “¡Me escape por la ventana!”

“Buen chico”.

“¿Qué hacen levantados tan temprano?” preguntó Remus, señalando a Doss con la cabeza. “Estabas desmayado encima de mi zapatilla esta mañana. Creía que estabas muerto”.

“Seesaw nos despertó”, dijo Doss. “Y aún no estoy muerto, imbécil”.

Tomny se apartó de la pared junto a Remus y aplaudió. “Entonces han llegado justo a tiempo, amigos míos”, dijo descaradamente su líder, “para desearle a nuestro querido John una llorosa despedida. Aunque, por supuesto, no seremos nosotros los que lloremos”.

Con la mano levantada hacia el cielo, Tomny se dio la vuelta y apuntó directamente a Remus. Sus ojos estaban felices, su expresión descarada. “Chicos, agárrenlo”.

Con sonrisas diabólicas, Lee y Doss corrieron hacia delante y, antes de que Reus pudiera siquiera volverse hacia la cabina telefónica, lo agarraron de los brazos y lo apartaron de la pared para sujetarlo entre los dos.

“¡Suéltenme, tontos!” Gritó Remus, pero se estaba riendo porque de todas formas todo era diversión, es sólo la idea de Tomny de hacer un espectáculo.

“¡Nuestro chico, Lupin, nos abandona!” Exclamó Tomn. “Está siendo enviado lejos, lejos de nuestros amables rincones. Sí, lo único que le espera son verdes pastos, narices puntiagudas, y -estoy seguro- varias chicas hermosas”.

“Boo!” Flaky gritó.

“¡Nos dejaría por ellos! Por lo pijo, adinerado, de lujo…”

“Cuidado Tom, o te quedarás sin adjetivos”, dijo Remus con picardía, aún atrapado entre sus dos amigos.

“¡Nos dejará por los que saben lo que es un ´adjetivo´!” grito Tomny, ahogando la risa.

Remus se retorció el brazo que sujetaba Lee y agitó su cigarrillo. “¡No es mi elección! Sabes que mi padre…”

“Excusas”, interrumpió Tomny, “Es casi una locura”.

“¡Traición!” Doss gritó en su oído.

“¡Sedición!” añadió Lee, lo que sorprendió a Remus, que habría supuesto que el chico no tenía ni idea de lo que significaba aquella palabra.

“Es una ofensa del más alto grado, dejar atrás el viejo y mugriento Londres para convertirse en un matado engreído”. Tomny se llevó el cigarrillo a la comisura de los labios y el humo le salió por la nariz como un dragón. Remus bajó la cabeza, luchando contra la pequeña sonrisa en sus labios.

“Entonces, ¿qué quieres que haga?”, pregunto, retorciendo su cuerpo en el agarre de Lee y Doss. “¿Darte un beso de despedida?”

La sonrisa de Tomny se ensanchó. “No, nada tan dulce. No estamos aquí para impedir tu educación, Lu. Sólo vamos a darte una pequeña lección. Doss, dale a probar el Old Barley-Sugar, ¿eh?”

“¡Oh, mier–no!” Remus se lamentó, pero Doss se limitó a retorcerle el brazo a la espalda, casi haciéndole saltar el hombro. Un momento después, Lee le retorció el otro brazo como si fuera un paño de cocina, quemándole y pellizcándole la piel mientras carcajeaba.

“Te aseguro, Lu, que esto no es más que una pequeña muestra del dolor que sentimos al saber que estamos a punto de dejarte marchar para siempre”, dijo Tomny, antes de dar un paso al frente y alejar a los dos chicos, liberando a Remus de su tortura de niños. Remus estuvo tentado a replicar que un año escolar no era para siempre, y que eso solo era mientras no lo echaran como las otras veces, pero en vez de eso se limitó a empujar a sus amigos para que se marcharan y se dispuso a darle un manotazo al chico mayor. Tomny lo cogió por la muñeca con expresión de suficiencia y le dio un ligero apretón. Sujetado en su sitio, Remus le devolvió la sonrisa y Tomny tiró de él para darle un repentino abrazo, acariciándole la espalda y rodeándolo con ambos brazos con tanta fuerza que casi lo levantó sobre los dedos de los pies. Por encima de su hombro, Remus pudo ver las caras de los otros chicos, cada una manchada con tierra, pecas o pequeñas cicatrices blancas, pero felices de todos modos.

Iba a ser un infierno estar sin ellos. Echaría de menos a esos chicos fuera donde fuera y se dirigía a un futuro nada parecido al verano que habían compartido, una realidad que lo hacía aún peor.

“De acuerdo”, suspiró Tomny, apartándose, pero manteniendo un fuerte apretón en la nuca de Remus. Sentía los dedos calientes y, cuando Remus lo miró, algo le dio un vuelco en el estómago “Lo vas a hacer bien”, dijo, con firmeza. “les vas a mostrar a esos idiotas lo que un sucio chico londinense puede hacer”.

“Eres inteligente, Lu”, dijo Doss.

“Sí, y si son más inteligentes, quémales deberes”, añadió Lee.

Tomny rio entre dientes, apretando un poco la nuca de Remus.” No es mala idea”. Tomny sacó el zippo del bolsillo y lo sostuvo entre sus caras. “Para que me recuerdes”, dijo, antes de meterlo en la parte delantera de la camiseta de Remus. Palmeó un poco el bolsillo, justo sobre su corazón, antes de sacar finalmente la mano y dar un paso atrás para unirse a los otros chicos en la acera, dejando que las grietas del cemento los dividieran.

“Volveré”, dijo Remus, sintiendo que se le hacía un nudo en la garganta. “Probablemente me tendrán de patitas en la calle para Halloween”.

“Sería un récord”, dijo Tomny, de esa forma que podría haber hecho pensar a cualquiera que tenía todas las de ganar, “pero no te precipites”.

Lee se encogió de hombros. “O hazlo”. Doss se apoyó en su hombro.

“Seguiremos aquí”, añadió Flacky, mientras alargaba la mano para arrancar el cigarro de detrás de la oreja de Tomny. Éste lo dejó, por supuesto, y acarició con cariño la parte superior de la cabeza del chico. Cuando Tomny por fin volvió a mirar a Remus, éste le hizo un gesto brusco con la cabeza; adelante, y le guiñó un ojo.

No habría importado que Remus llegara tarde a su propio funeral, aprovecharía este momento para mirar a sus amigos de arriba abajo e imprimir sus agridulces sonrisas en su memoria. Cuando se le acabaron las sonrisas, Remus asintió lentamente con la cabeza y se dio la vuelta. El camino hasta la siguiente esquina se le hizo insoportablemente largo, pero se obligó a no mirar atrás. Una vocecita le dijo que si lo hacía ya se habrían ido, y él no podía con eso, así que se obligó a seguir hasta doblar una esquina. Después de un verano corriendo arriba y abajo por las sucias calles de la ciudad, sus zapatillas apenas eran más que un poco de goma y el pegamento que las mantenía unidas, pero nunca había sentido los pies tan pesados.