Actions

Work Header

Acto de los dioses

Summary:

Cuando la princesa Rhaenyra se dobla de dolor durante una sesión de la corte, nadie esperaba que diera a luz ahí mismo. Sobre todo, porque nadie, ni siquiera ella sabía que estaba embarazada. Todo parecía un acto de los dioses.

Notes:

Entonces, este es mi primer fanfic, por favor sean amables.
Esto inició cuando me pregunté; ¿qué pasaría si Rhaenyra tuviera un embarazo críptico, sin estar casada?
¿Qué dirían todos?
Esto es solo por diversión

(See the end of the work for more notes.)

Chapter 1: Un nacimiento

Chapter Text

Truenos, relámpagos y olas como nunca antes vistas azotaban Desembarco del Rey, haciendo eco de los gritos desgarradores de la princesa Rhaenyra. La tormenta furiosa inició poco después de los gritos de la princesa. Quien horas antes se encontraba en plena función de la corte, erguida y orgullosa.

Fue ante los ojos incrédulos de la corte y el rey que la princesa gritó de repente, doblándose sobre su estómago, volviéndose mortalmente pálida y cayendo lentamente al suelo. Su sangre se derramó de entre sus piernas hacia la base del Trono de Hierro, abundante y cálida. Los gritos incrédulos de los presentes acompañaron a la princesa. Sanadores fueron llamados para atenderla apresuradamente.

Los guardias reales rodearon a la princesa y al rey cuando este se acercó para sostener a su hija. Protegiéndola de los ojos ávidos de los cortesanos, intentaron levantarla hasta que el dolor de la joven doncella le hizo imposible mantenerse erguida.

Ser Harrold Westerling se interpuso entre el sanador y la princesa cuando este intentó levantar el vestido violeta de la princesa para proteger su virtud.

“Ser Harrold, debo revisar a la princesa. Tengo que ver por qué está sangrando para poder ayudarla.” Dijo angustiado el sanador.

“Llamen al Gran Mestre, que venga aquí.” Ordenó el rey Viserys. “Ser Harrold, permítele revisarla. No podemos dejar a Rhaenyra así.”

Ser Harrold se hizo a un lado con renuencia. El día antes soleado se transformó en un nubarrón oscuro que se ciñó amenazante sobre Desembarco del Rey.

“Mi rey, parece a punto de dar a luz. No sé cómo, porque su virtud se ve intacta, pero todos los signos parecen los de un parto.” Dijo el sanador Albery. “Su vientre no creció como debería, no ha mostrado ni un solo síntoma de embarazo.”

“¿Qué dice? No es… posible, no he estado con ningún hombre.” Gimió la princesa entre sus dolores.

“Llamen a las mejores parteras, a todos los sanadores posibles, tenemos que asegurarnos de que mi hija esté bien”, gritó las órdenes el rey.

Gritos y empujones se escucharon tras las puertas de la sala del trono. Las puertas se abrieron de golpe y el príncipe Daemon Targaryen apareció, su capa dorada ondeando tras sus pasos, mientras se dirigía apresurado al lado de la princesa.

“¿Qué pasa? ¿Es un vientre reventado? ¿Veneno?”, preguntó el príncipe con enojo mientras miraba a los inquietos sanadores.

“Mi príncipe, la princesa parece estar de parto… No nos explicamos cómo…” Murmuró Albery.

“Te cortaré la lengua aquí y ahora si te atreves a deshonrar así a la princesa; ella es casta y pura. Una princesa doncella de la Casa Targaryen, la Princesa Heredera. ¿Y te atreves a soltar viles palabras en su contra?” gritó el príncipe Daemon mientras desenvainaba su espada Hermana Oscura.

“¡Daemon! No es el momento ni el lugar, debemos procurar la salud de Rhaenyra, necesitamos parteras.” El rey alzó la voz para mantener el orden.

Disgustado, el príncipe volteó la mirada a la pobre joven que yacía ensangrentada en el suelo. Nunca había pasado por su mente la idea de ver así a su amada sobrina, tan vulnerable y pequeña. La sola idea le parecía repulsiva, la visión un dolor ardiente partiendo su alma.

“Ser Erryk, trae a Elyna, ella sabe de partos. La encontrarás en la calle de la Harina; dile que debe salvar a la Princesa Heredera”, dijo el príncipe mientras se sentaba en el suelo y sostenía la pequeña mano de la princesa.

Afuera, la tormenta se incrementó. Fuertes vientos azotaban las ventanas; lluvia despiadada empapaba todo a su paso.

Criadas corrían acarreando agua, telas suaves y hierbas que pudieran servir para tratar a la pobre princesa. Las parteras pronto confirmaron que sí se trataba de un parto. Sirvieron infusiones para darle fuerza a la pobre jovencita. Cuando la princesa rompió aguas y sus gritos se volvieron más constantes, se apresuraron a sostenerla de los brazos mientras retiraban las capas superiores de su fino vestido.

Fue la joven dama de la princesa, Lady Elinda Massey, quien se dio cuenta de que todos los cortesanos permanecían en la sala.

“Su Majestad, por favor. “Por la dignidad de la princesa, pida que todos los presentes se retiren”, suplicó ante el rey, quien tampoco se había dado cuenta de que permanecían expectantes, observando y cuchicheando sobre los acontecimientos.

“¡Salgan todos, en nombre de su rey!” gritó indignado. Incrédulo ante la descortesía de los nobles. “¡Cierren las puertas, nadie entra y nadie sale hasta que yo lo ordene!”

 

El príncipe, quien no se había separado ni un segundo de su sobrina, le hablaba suavemente en valyrio, tratando de darle ánimos a la joven adolorida. Nunca nadie lo había visto ser tan gentil con otra persona como lo era con su adorada Rhaenyra.

Cuando el Gran Maestre Orwyle se acercó para revisar a la princesa, ella pegó un grito de pánico que paralizó a los presentes por unos instantes. Tratando de alejarse del Gran Mestre, la princesa se recargó casi completamente sobre su tío.

“¡No! ¡Este hombre no me tocará!” gritó la princesa aterrorizada.

“Princesa, por favor. Permítame hacer mi trabajo para poder ayudarla.” Insistió el hombre gris.

“¡NO! Solo parteras, solo parteras”. La angustia en la voz de la princesa convenció al rey de retirar a los maestres. Convencido de que más estrés podría complicar la salud de su hija.

Gentilmente trataron a la parturienta dama, dejándola en un sencillo camisón de algodón para facilitar las maniobras en la princesa. Convencieron al príncipe de acomodar a su dolorida sobrina, de recostarse semiinclinada en las mantas y cojines que le habían preparado en el lecho improvisado.

Las horas pasaron lentas y agonizantes; el día estaba pronto al amanecer. Las labores habían iniciado antes del mediodía anterior. Preocupados, tanto el rey como su hermano se negaron a retirarse, angustiados ante la idea de dejar sola al Deleite del reino. Pronto se volvió oportuna la labor de pujar. Bajo las instrucciones de las parteras, la princesa fue guiada entre sus dolores para liberar al bebé.

El sudor empapaba a la princesa mientras apretaba los dientes y expulsaba el aire para pujar más fuerte. El esfuerzo le hacía sentir que se partía en dos, sentía que moriría en cualquier momento.

“Un poco más, su alteza. Unos pocos pujones más y su bebé estará en sus brazos”, animó la sanadora. Apretando más los dientes, la princesa dio un último pujón. Su cuerpo se abrió para dar paso a la criatura en su interior; cuando salió en un suave resbalón, el alivio inundó su cuerpo.

Los llantos de un recién nacido inundaron la sala mientras la madre intentaba recuperar el aliento, sostenida por el príncipe.

Afuera, la tormenta se fue apagando poco a poco.

“¡Un hijo, su alteza! “Un niño sano y robusto, con buenos pulmones”, anunció la matrona en voz alta. En sus manos, un pequeño niño de piel rosada y cabellos pálidos. Las exclamaciones de alivio no se hicieron esperar. “Su nieto, Su Majestad. “Un príncipe Targaryen”, dijo mientras pasaba al niño envuelto en suaves telas al rey, quien lo sostuvo como si fuese lo más precioso y delicado que hubiera tenido en sus manos.

“Mi nieto… Mi nieto”. Arrulló suavemente mientras lo mecía en sus brazos. Embelesado con la visión de un niño precioso, de piel suave y sonrosada, escaso cabello rubio como plata batida, pequeños labios rosas torcidos en un adorable puchero.

“Padre… mi hijo, quiero verlo, por favor”. La princesa extendió los brazos, tratando de alcanzarlos. Su rostro en gesto exhausto, pero sus ojos brillantes y achispados. Su hijo fue puesto suavemente en sus brazos y lo sostuvo suavemente contra su pecho mientras los suaves lloriqueos del infante se fueron acallando cuando restregaba su pequeño rostro en el seno de su madre. Tras su hombro, el infame Príncipe Daemon observaba con ojos curiosos los rasgos nobles del niño.

“Busca leche”, dijo una matrona suavemente. “Tiene hambre y busca la leche de su madre”

“No creo tener leche, nunca me crecieron los pechos. Ni siquiera el vientre. En un momento estaba excelente y al siguiente me doblaba de dolor, nunca imaginé estar embarazada.” La princesa mostraba desconcierto e incredulidad. Nunca pensó desear ser madre, pero ahora, con su hijo en brazos, no creía posible amar más de lo que ama a ese pequeño ser que llegó de la nada. Siguiendo su instinto, bajó el escote de su hombro y acercó al bebé a su seno. De inmediato, el bebé se prendió del seno y chupó con fuerza, mientras la princesa hacía un pequeño gesto de incomodidad. En segundos sintió como la leche fluía hasta la boquita del niño, alimentándolo.

La incredulidad llenó a los presentes mientras el sol alumbraba tras los vitrales. Iluminando a la madre y al bebé como un halo sagrado. Parecían una visión de los dioses. El pálido cabello despeinado de la princesa resplandecía como hilos de oro y plata, su piel pálida radiante y sus ojos lilas y suaves creaban una visión digna de una diosa de la maternidad.

 

 

Una hora después, cuando la princesa ya estuvo limpia, al igual que su pequeño hijo, trajeron mantas reales para el niño y una bata gruesa para ella. Su cabello antes enmarañado estaba recogido en una trenza gruesa y el sudor fue retirado gentilmente con paños húmedos y agua de rosas. Era momento de llevarla a sus aposentos privados para recuperarse del doloroso parto.

Fue cuando abrieron las puertas y se encontraron de frente a la multitud de nobles expectantes que recordaron lo público que fue el asunto. Haciendo uso de todas las energías que le quedaban, la princesa enderezó la espalda lo más que pudo y su gesto se mostró tranquilo y solemne.

Dando un paso al frente, el rey Viserys I alzó las manos en gesto conciliatorio y habló a los presentes con voz seria y gesto majestuoso.

“Los dioses han decidido bendecir a mi hija, la princesa Rhaenyra, con un hijo sano. Dejaron en su vientre puro un hijo, un heredero con sangre divina, pues mi hija permanece casta y pura. Solo los dioses pueden ser los responsables. El Gran Maestre es testigo, como nosotros, de que la pureza de mi hija permanecía intacta durante el parto. No hubo señal alguna de embarazo durante los últimos nueve meses. Fue con sudor, sangre y dolor que mi hija cumplió el deseo de los dioses; nos dio un príncipe para continuar nuestro legado otra generación más.” Habló haciendo un gesto hacia su heredera, que sostenía al bebé cubierto en brazos.

Dando un paso al frente, retiró suavemente la manta que cubría el rostro dulce del infante.

“Ante ustedes presento a mi hijo, el Príncipe Valeryon Targaryen, futuro Príncipe de Roca Dragón. Mi heredero, hijo de los dioses.” Proclamó en voz alta la princesa Rhaenyra.

La multitud estalló en murmullos y aplausos mientras trataban de echar un vistazo al dulce rostro del bebé. Algunos, aún incrédulos de la versión que les contaban, otros veían con ojos bien abiertos lo que solo podría ser un niño bendecido.

Mientras la Familia Real avanzaba por los pasillos hasta el Fuerte de Maegor, flanqueados por la Guardia Real, nobles y sirvientes los seguían con la mirada, compartiendo versiones y detalles de lo que aconteció en la sala del trono.

Al caer la tarde, todo Desembarco del Rey hablaba de la princesa y su hijo. Muchos completamente incrédulos de un parto bendito, otros completamente convencidos de que los dioses habían elegido a la princesa Rhaenyra para darle un hijo sagrado por su dedicación a su pueblo.

Todos eran conscientes de los grandes actos que había hecho la princesa por el bienestar del pueblo desde que fue nombrada heredera de su padre. Con la guía del príncipe de la ciudad, identificó rápidamente los problemas que aquejaban a la gente y se encargó de crear baños comunitarios gratuitos, casas de alimentos, casas de ropa y de mejorar los orfanatos.

Era común ver a tío y sobrina paseando por las calles, dando órdenes a los trabajadores para mejorar esto u aquello. Hablando con la gente y escuchando sus problemas, siempre buscando cómo ayudarles. Por eso, la princesa era muy amada por nobles y plebeyos.

Ni siquiera la reina Alicent, con toda su devoción a los Siete y sus donaciones a los septos, pudo ganarse el cariño de la gente. Pues sus monedas solo se usaban para mantener las galas de los septones, no para alimentar a los pobres.

Conforme pasaban los días, el mito del nacimiento del príncipe Valeryon creció y se convirtió en canciones y cuentos. Los bardos y trovadores desfilaban por las calles cantando sobre el Deleite del Reino y el Príncipe Bendito. La gente vitoreaba a su princesa y alababa a su hijo.

 

 

En la Fortaleza Roja, la reina Alicent se sentó molesta en su austero trono, atendiendo junto al rey la celebración del nacimiento real. Su padre, Otto Hightower, la Mano del Rey, permanecía sentado con gesto serio mientras apretaba los puños bajo la mesa, observando a la princesa ser agasajada por los nobles.

Desde el nacimiento imposible del príncipe Valeryon, la popularidad de la princesa creció como espuma. Las comparaciones entre el pequeño bebé y el hijo de la reina no hacían sino empeorar. Desde el rostro hermoso del bebé hasta su comportamiento, empañaban la imagen del príncipe Aegon. Era de conocimiento común que el carácter irascible y berrinchudo del niño le daba dolores de cabeza tanto a sus nodrizas como a su madre. Flojo por naturaleza, tardó en hablar y en caminar correctamente. Y, peor aún, no tenía un dragón.

El huevo que habían colocado en la cuna de Aegon se enfrió al cumplir los dos años. Mientras que el huevo del príncipe Valeryon eclosionó el mismo día que lo colocaron en su cuna. De él, nació una bestia dorada con alas cobrizas y escarlatas, pequeña pero fiera. No se separaba del bebé por mucho tiempo y prefería dormir a los pies del niño, según contaban las nodrizas.

Mirando al centro del salón, encontró al príncipe Daemon cargando al bebé en brazos, mientras parecía presumirlo, como si fuera suyo.

La sospecha comenzó a crecer en su mente. No aceptaba que los dioses hubiesen bendecido a una simple niña. Podría ser que el hijo de la princesa fuera en realidad hijo de Daemon Targaryen y que hubieran mantenido el embarazo en secreto. No se explicaba cómo era posible que el vientre de la princesa permaneciera plano. Ni su virginidad intacta, según confesó el Gran Maestre. Tenía que investigar más para declarar al niño como bastardo y lograr desheredar a la princesa.

Nunca pensó que fuera tan difícil.

 

Chapter 2: Vāedagon zaldrīzes

Summary:

Espero que disfruten este capitulo

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

II.-

En la sala del Consejo Privado, se reunieron para discutir los increíbles acontecimientos de la luna anterior. Nadie parecía tan contento como el mismo rey Viserys. Tal vez solo Lord Lyman Beesbury, Maestro de la Moneda, quien era conocido por su continuo apoyo a la princesa Rhaenyra.

“Su Majestad, debemos discutir cómo enfrentaremos el nacimiento del… príncipe”, inició Otto Hightower. “Las opiniones están divididas en la corte. Hay quienes creen firmemente que el niño fue enviado por los dioses, pero otros creen que tal vez sea, bueno… Un bastardo”, carraspeó incómodamente anticipando la reacción del rey.

Como todos esperaban, cuando se trataba de asuntos relacionados con su hija, el rey reaccionó fuertemente a las críticas.

 “¿Se atreven a llamar a mi legítimo nieto un bastardo?” exclamó con furia, golpeando su puño contra la mesa de madera, haciendo vibrar las copas doradas sobre ella. “Todos vieron lo que pasó, mi hija no estaba embarazada y de pronto parió un niño sano de su vientre, no puede ser otra cosa que una bendición. Mi hija siempre ha sido especial, desde pequeña. Siempre ha sido muy lista, muy precoz; tal vez tiene demasiado carácter, pero es de corazón noble y sensible, mi Rhaenyra.” Comenzó a divagar sobre las virtudes de su amada primogénita.

Lord Lyman asintió con vehemencia. En su silla, el príncipe Daemon parecía despreocupado mientras balanceaba su copa suavemente y miraba a los consejeros de su hermano.

La reina Alicent se sacudió levemente y carraspeó para obtener la atención de su esposo, que comenzó con otra oda a la princesa.

“Mi rey, nosotros no dudamos de la… virtud de Rhaenyra, pero debes entender que para muchos será difícil aceptar que el hijo de la princesa no sea reconocido por el padre de la criatura. Además, la princesa ha dado a luz fuera del matrimonio, lo que podría calificar al niño como, bueno, un bastardo”, dijo la reina con falsa modestia.

“Así es, mi rey. Un niño considerado bastardo no puede ser heredero del trono de hierro. Un niño sin padre, nacido fuera del matrimonio, solo puede poner en peligro su legitimidad y la de la princesa”, continuó el Lord Hand. Murmullos se alzaron en la sala, considerando las palabras de Otto.

“Mientras el niño sea reconocido por la princesa y por el rey, no debería haber dudas de su legitimidad, Ser Otto”, dijo el príncipe Daemon con pereza, pareciendo aburrido de la discusión. “Todos saben que cualquier descendiente de la princesa Rhaenyra es legalmente su heredero y, por consiguiente, heredero del Trono de Hierro y del rey Viserys.”

El rey parecía contento, por primera vez, con el comentario de su hermano.

“Eso es correcto, Daemon. Mi palabra es ley. Además, no hay forma en que nadie más pueda probar que sea un hombre mortal el padre de Valeryon. Su legitimidad fue probada cuando nació su dragón; no hay prueba más grande que esa”, continuó despectivo el rey, sacudiendo la mano enjoyada con desdén.

El comentario sobre el dragón pareció molestar a su esposa, pero, como muchas otras cosas, el rey lo ignoró. El señalar el nacimiento de un dragón en la cuna como prueba de legitimidad de un príncipe sacudió a la reina, pues ni su hijo ni su hija, pese a su aspecto valyrio, tenían dragones. Sus huevos permanecían fríos como piedra.

El carraspeo incómodo de algunos se escuchó al notar la atmósfera fría por la molestia de Alicent.

“Tal vez, si la princesa se casara, los comentarios sobre la legitimidad terminen”, sugirió lord Hand.

“¿Casarla tan pronto después de dar a luz, Otto? Sería como gritar a los cuatro vientos que el niño es un bastardo. Se crearía una guerra por la sucesión si le diera hijos a su marido, ¿O crees que cualquier otra casa no lucharía por poner a su sangre en el trono?”, respondió Daemon con insolencia. Claramente, nada impresionado con la sugerencia.

“El príncipe tiene razón”, dijo Lord Strong, maestro de leyes. “Casar a la princesa tan pronto solo generaría más rumores y dudas. Tenemos que asegurar la buena reputación de la princesa primero; tal vez en un año podamos discutir sobre su matrimonio”.

“La percepción lo es todo”, dijo Lord Beesbury. “Tenemos que asegurar la honra de la princesa como una mujer pura, bendecida por los dioses. Solo así su posición y la de su hijo estarán seguras.”

“Sería ideal mostrar al pequeño príncipe a los plebeyos. Grabar su imagen en sus memorias”, propuso Lord Corlys Velaryon, quien tenía intenciones de casar a la princesa con su hijo Sir Laenor Velaryon. Se había mostrado frustrado al escuchar del parto de la princesa, sintiendo su oportunidad de dejar su noble sangre en el trono deslizarse entre sus dedos.

“Debemos mostrar la grandeza de la Casa Targaryen, mostrar nuestras costumbres. Ya nos consideran más cercanos a los dioses que a los hombres; debemos mostrar que gracias a Rhaenyra ahora gozamos de un favor divino.” Dijo Daemon. “Gracias al dragón de Valeryon, esa percepción se puede convertir en seguridad. No hay nada más apreciado para un Targaryen que nuestro vínculo con nuestros dragones; es parte de nuestra identidad.”

“Tienes razón, Daemon. Muchos años hemos dejado de lado nuestras tradiciones en un intento por conciliar con la fe, pero ahora sabemos cuáles dioses nos han estado mirando todo este tiempo.” Respondió Viserys.

Con el acuerdo del rey, comenzaron a idear un plan para asegurar el legado de la princesa Rhaenyra y su hijo. Para molestia de la reina y su padre, sus intrigas parecían ser desestimadas.

 

 

Cuando el pequeño príncipe Valeryon tenía recién cumplidas dos lunas, el rey Viserys decidió conmemorarlo con una gran celebración para todo Desembarco del Rey. En la Fortaleza Roja se celebraron banquetes y un fastuoso baile, donde todos los nobles asistieron con sus mejores galas y presentaron extravagantes regalos al recién nacido y la nueva madre. En las calles de la ciudad se repartieron bebidas y alimentos para todos, se presentaron músicos y bardos, espectáculos de bailarines y tragafuegos. Toda una semana de festividades dedicadas al primogénito de la princesa.

Pero el último día de celebraciones se decidió que sería para realizar un antiguo ritual valyrio. El ritual vāedagon zaldrīzes tenía casi un siglo sin realizarse, desde la época de los conquistadores. Se dice que la reina Rhaenys lo realizó después de que naciera su hijo.

 El ritual en el que la nueva madre debía caminar alrededor de su hogar, descalza con su hijo en su brazo izquierdo, un vāedis de acero valyrio en su mano derecha (que era como bastón de acero con grabados en valyrio y una talla de dragón hecho de vidriagón) y con un rytsas iderī, una olla de barro envuelta en lino negro con brazas ardientes sobre su cabeza, servía para asegurar la continuidad de su linaje y proteger al infante mediante el sacrificio de la sangre materna.

Era claro que nadie en el consejo, salvo la familia real, estaba de acuerdo con llevar a cabo el ritual. El principal motivo para muchos era el conflicto que se podía crear con la fe de los Siete. Tanto la reina Alicent como la Mano estaban firmemente en contra y lo llamaron herejía y una afrenta a los Siete. Otros creían que pondría en peligro tanto la salud de la princesa como su persona, pues se vería expuesta a muchos plebeyos de la ciudad. La base de la colina de Aegon, sobre la que se alzaba la fortaleza, era bastante amplia y daba oportunidad a malhechores para atacar a la princesa y a su hijo. El príncipe Daemon se ofreció a encargarse de la seguridad y de la organización con la bendición del rey.

 

 

Así, cuando el sol salió en el horizonte durante el último día de festividades, prepararon a la joven princesa y su bebé para la larga caminata que les esperaba, pues no podían detenerse ni una sola vez hasta terminar el círculo alrededor de la colina de Aegon.

Vestida con un sencillo vestido blanco y el cabello suelto, la princesa resplandecía con determinación en sus ojos. El bebé estaba gentilmente envuelto en una manta roja, dejando su cabecita descubierta mientras dormía plácidamente.

Mientras las damas de Rhaenyra preparaban las brasas y el bastón Vāedis, otras le descubrían los delicados pies. De pie ante la puerta principal de la fortaleza, la princesa recibía la bendición de su real padre ante los ojos de los nobles. Más allá del patio, el pueblo la esperaba ansioso, deseoso de conocer al fin al niño enviado por los dioses.

Cuando Rhaenyra estuvo lista, con la rytsas iderī en su noble cabeza, el vāedis en su mano y el bebé, denominado ȳdra según el ritual, pegado a su pecho, dio la señal a la Guardia Real para iniciar la procesión. Al sonido de los chalemies, bendires, timbalis y trompetillas marcharon los caballeros armados detrás de la princesa, aclamados por la muchedumbre.

Hombres, mujeres y niños observaban con asombro a su futura reina y su heredero. Sin imaginar nunca el presenciar tanta belleza, pues el amor y la fuerza de la madre resplandecían en su bello rostro enmarcado por el halo de plata que era su cabello rizado. El rubicundo y hermoso rostro del pequeño príncipe dejó sin aliento a madres y doncellas, dejándolas anhelantes de su dulce vista. Arrojaron pétalos de rosas a los pies de la princesa, deseosos de suavizar el largo camino para ella, gritaron sus bendiciones y alabaron su imagen.

“¡Viva la princesa! ¡Viva el príncipe!”, gritaron con fervor. “¡Larga vida, Deleite del reino!”

Cuando el rey pasó en su carroza sin techo, fue igualmente alabado. Pero a su lado, la reina fue menos elogiada y más ignorada por los plebeyos que ansiaban mirar a los verdaderos descendientes del conquistador.

Cuando el príncipe Daemon apareció cabalgando en su caballo, vestido con una galante túnica de negro y rojo, y su brillante cabello plateado ondeando en su espalda, la multitud gritó por él.

“¡Viva el príncipe de la ciudad! ¡Viva el príncipe Daemon!”, alabaron.

 

Alrededor de tres horas después de iniciado el recorrido, ya se había avanzado casi la mitad de la circunferencia de la colina. Pues el paso lento, pero constante de la princesa y su procesión no podía apresurarse. Los espectadores solo podían mirar cómo los delicados pies de la princesa sangraban cada vez más; cada paso debía ser una agonía; sin embargo, Rhaenyra no mostraba ni un signo de cansancio o dolor, firme en su determinación de continuar hasta el final. El sudor que la empapaba era el resultado visible de su esfuerzo, pero no apagaba su belleza. Su imagen solo servía para conmover a la multitud que la observaba; no había noble o plebeyo que no sintiera una profunda admiración por ella.

Pronto, los llantos del hambriento bebé se hicieron oír por toda la procesión, exigentes como los de un pequeño dragón. La princesa, sin dejar de caminar, meció al pequeño niño y comenzó a cantarle en alto valyrio. Su dulce voz, al unísono con los llantos desesperados, inundó a los espectadores, atrapándolos en su suave cadencia.

Las madres que observaban impotentes, comprensivas con la urgencia de atender al bebé, gritaban con ánimos de auxiliar a su princesa, de alimentar a su príncipe. Acompañaron a la princesa con sus canciones de cuna y arrullos, hasta que el niño cayó presa del sueño y el cansancio.

Evidentemente, el rey mostró angustia por su nieto e hija, a quienes adoraba completamente. Ver a su hija con pies sangrantes y a su nieto llorando de hambre había sido como una tortura para él.

Por su parte, el príncipe Daemon se mostró estoico y feroz en su protección hacia su sobrina; se encargó de mantenerla siempre a la vista y de que estuviera debidamente custodiada por sus hombres de confianza. Obligó a sanadores a marchar también, cerca de ellos en caso de que requiriera atención médica.

 

 

Después de andar en una travesía que parecía eterna, la princesa estaba por terminar el recorrido. El príncipe Daemon había preparado una comitiva para esperarla en la fortaleza; se había encargado de que decoraran con los estandartes de la Casa Targaryen y llenaran los balcones con flores de lis, orquídeas, lirios, rosas y laureles. Así como encargó que colocaran un pequeño aro de acero en un altar frente a una pira. Todo perfectamente planificado para mostrar la grandeza y el éxito de la princesa.

Cuando Rhaenyra cruzó las puertas del patio, las personas que se habían quedado en el castillo comenzaron a aplaudirle y los músicos entonaron una canción valyria solemne.

Mientras se movía hacia la pira que habían preparado para el ritual, sus pasos continuaron lentos pero firmes. Sus doncellas se acercaron para asistirla, pero ella se negó a recibir ningún tipo de ayuda.

Cuando el rey y el resto de los nobles entraron al patio de la fortaleza, se prepararon para la última parte del ritual. El rey se acercó a su amada hija y tomó su daga de acero valyrio; haciendo un corte poco profundo en su mano izquierda, derramó unas cuantas gotas de sangre en un cáliz de plata. Tomó una vela encendida y prendió el incienso de almizcle, sándalo y canela, colocándolo en el altar de piedra negra.

El príncipe Daemon se acercó y, al igual que el rey, cortó su palma izquierda con su espada Hermana Oscura, derramó su sangre en el mismo cáliz y encendió un incienso de ámbar, mirra y pachuli.

La princesa entonces puso a su hijo en los brazos de su tío, colocó su Vāedis ante el altar y cuidadosamente retiró el Rytsas iderī de su cabeza. Tomó la daga de su padre y también cortó su mano izquierda, derramó su sangre en el cáliz, pero no encendió incienso. En cambio, la princesa tomó el pequeño aro de acero y lo colocó dentro del Rytsas iderī que todavía ardía, tomó los restos del cascarón de la cría de dragón de Valeryon y también los puso ahí. Derramó la sangre del cáliz sobre el aro de acero y el cascarón, y después colocó el Rytsas iderī en la base de la pira.

Los guardianes de dragón se acercaron con la pequeña cría, Vermax. Lo colocaron frente a la pira y la princesa Rhaenyra dio la orden:

“Dracarys”. El dragón tomó aire en sus pequeños pulmones y exhaló una pequeña llamarada dorada. La pira encendió inmediatamente y las llamas se alzaron brillantes.

El rey, el príncipe y la princesa procedieron a entonar cánticos en valyrio, hasta que las llamas se apagaron.

Izula ampā perzyssy, perzys hen īlva souls

iā ānogar sacrifice naejot mīsagon īlva future

se qēlossās issi witnesses hen iā promised future isse crystal

Hāre heads hae mēre,

ānogar se perzys hen zaldrīzes

iā jehikagrī future syt blessed tresy.

 

En los restos de la pira, solo quedaba intacto el aro de acero. Al tocarlo se sentía frío, como si no hubiese pasado la última media hora en el fuego.

A la vista de todos, el rey Viserys I colocó el pequeño aro de acero sobre la cabecita del príncipe a modo de corona y declaró:

“He aquí una bendición de los dioses. Te nombro, Valeryon Targaryen, Primero de tu nombre, heredero de la Princesa de Rocadragón, Príncipe Dragón”. Extendió los brazos para cargar al infante, mostrándolo a la multitud. “Mi nieto legítimo. ¡Larga vida, príncipe Valeryon!”

“¡Larga vida, príncipe Valeryon! ¡Larga vida, príncipe dragón!”, alabó la multitud.

 

 

Poco después, las damas de la princesa la llevaron a sus aposentos, donde le dieron un baño caliente y vertieron leche y miel para la maltratada piel. Curaron sus piecitos y los envolvieron en gasas y pomadas. Cepillaron su larga melena plateada con gran delicadeza y la peinaron con una gruesa trenza. Masajearon su pálida piel con aceites perfumados y la alimentaron con fruta, sopa y agua perfumada con limón.

Al pequeño príncipe también lo bañaron delicadamente y lo arroparon con telas suaves. Su madre lo alimentó de su pecho y lo arrulló hasta que se durmió. Lo colocó gentilmente en su cuna labrada, donde su dragón le hizo compañía. Después, la princesa cayó en un sueño profundo durante muchas horas.

Afuera de los muros de su habitación, los escribas registraban el día histórico que habían vivido. Un ritual que siglos después sería guía para los Targaryen quedó escrito en gruesos tomos de pergamino. Los cuervos volaron en todas direcciones, esparciendo la historia de una princesa con pies sangrantes y de un bebé coronado príncipe dragón.

Y, más allá de esos muros, la gente común brindaba y celebraba por su princesa. Madres y padres contaron su historia una y otra vez, hasta que su memoria se volvió imborrable.

 

 

 

A la mañana siguiente, en el consejo privado se reunieron para discutir los acontecimientos recientes.

El rey parecía estar de un humor extraño. Pues, pese al éxito del ritual, seguía angustiado por la salud de su hija, quien permanecía en cama recuperándose y cuidando de su hijo.

Tanto Lord Beesbury, Lord Strong como Lord Corlys parecían bastante satisfechos comentando sobre los momentos más memorables del evento. El gran maestre parecía a punto de quedarse dormido en su asiento. Y Lord Otto parecía tener asuntos que discutir con Lord Jason Lannister. La reina Alicent parecía decidida a seguir mirando con reprobación del rey al gran maestre.

El príncipe Daemon cruzó las puertas con gran estruendo y caminó por la sala como si fuera su habitación personal. Ignorando a todos los presentes, se dirigió directamente a su hermano y se sentó a su lado. Los demás interrumpieron sus pláticas para prestarle atención, mientras Sir Harrold cerraba las puertas.

“Vengo de las habitaciones de la princesa”, comenzó Daemon. “Parece sentirse mejor, aunque bastante cansada todavía. Sus pies van a necesitar más cuidados y habrá que mantenerlos bastante limpios para evitar infecciones. El pequeño príncipe bribón parece haber descubierto que puede gritar la letra A y está muy decidido a mostrárselo a todo el que lo mire”, terminó mientras se servía una copa de vino.

El rey se animó y se enderezó en su asiento. Aplaudió levemente y agradeció a su hermano por las noticias.

“Ah, mi nieto precoz hablará en cuestión de nada, según parece”, se rio alegremente; el príncipe asintió mientras bebía de su copa. “Más tarde iré a visitarlos, me aseguraré de que reciban la mejor atención”.

“Su Gracia, aunque nos alegramos de la buena salud de la princesa, debo decir que los Septones no se sienten contentos con la realización del ritual. Lo consideran como completamente en contra de las enseñanzas de los Siete”, dijo Otto Hightower. “Tal vez sería momento de hacer una donación para apaciguarlos…”, sugirió.

¿Donación? No le debemos nada a la Fe de los Siete, Otto. Sería como pagarles por realizar celebraciones según nuestra tradición. Es lo más ridículo que he escuchado.” Dijo Daemon con completo desdén, apenas dándole una mirada a la Mano del Rey.

“Su Alteza, la Fe ha estado muy disgustada y ofendida últimamente, sería prudente que…” empezó el Gran Mestre Mellos.

“Bueno, si la fe se siente tan ofendida, entonces deberían realizar una ceremonia en honor al príncipe”, comentó Lord Corlys con burla.

“¡Oh, eso sería maravilloso!”, exclamó Viserys; se dirigió al Gran Maestre. “Gran Maestre, dígale a los septones que estaríamos encantados de asistir a una ceremonia en honor al príncipe Valeryon a principios de la siguiente luna. Deben haberse sentido ofendidos por no haber sido llamados a participar en las ceremonias de protección.”

Ante esto, tanto el gran maestre Mellos como Otto Hightower casi se ahogan de la indignación. Lo último que querían era honrar a ese niño demonio.

“Su Majestad, no creo que eso sea…” inició Otto antes de ser abruptamente interrumpido.

“Eso no es suficiente, claro. Deberán realizar donaciones a los pobres niños huérfanos de Lecho de Pulgas. No hay nada que se acerque más a las enseñanzas de los siete que ayudar a los desafortunados e inocentes.” Dijo el Daemon.

“¡Por supuesto!” exclamó el rey, ignorando la sonrisa traviesa de su hermano y las caras agrias de su Mano y del Gran Maestre.

“Su majestad, a lo que nos referimos con ofensa a los Siete es el ritual demoníaco que realizaron para el príncipe”, Otto intentó de nuevo.

“¿Demoniaco? ¿Qué quieres decir con demoníaco?”, preguntó el rey enojado.

“Bueno, todo eso del fuego, los rituales de sangre, solo puede ser magia oscura.” Explicó Otto con tono apaciguador.

“¡No hay nada demoníaco en ello!” refutó el rey con indignación. A su lado el príncipe Daemon bufó con desprecio.

“No sé qué esperabas de gente tan ignorante, hermano. Claramente, un hombre como él no se molestó siquiera en aprender las costumbres de la familia real; simplemente se limita a escupir y regurgitar las creencias que benefician a los Ándalos.” El desdén en la voz de Daemon hizo que varios Señores se removieran incómodos en sus asientos. El rostro de Otto se volvió rojo de ira contenida mientras abría la boca para hablar, antes de ser interrumpido de nuevo.

“Si en verdad necesitan saberlo, todo en el ritual tiene un propósito. Cada detalle estaba perfectamente cuidado por un propósito: la protección de nuestro legado. El Rytsas iderī representa la luz que deberá guiar al niño, significa protección y poder, renacimiento, el fuego de dragón que lleva dentro. El Vāedis de acero valyrio representa la determinación y la fuerza del amor materno, el soporte que lo mantendrá de pie en la adversidad. Incluso los pies descalzos de Rhaenyra representan el sacrificio incondicional. Cada especia, cada rama de madera, todo está dedicado a las bendiciones que depositamos en Valeryon. Nuestra misma sangre, dada libremente a los dioses, para que nos escuchen. Cuando la corona de Valeryon permaneció intacta después de las llamas, fue la confirmación de que fue bendecido; es un príncipe que nunca conocerá la derrota.” Las palabras firmes y solemnes del príncipe les robaron el aliento a los presentes.

“¿Qué quiere decir con que no conocerá la derrota, príncipe Daemon?”, preguntó temblorosa la reina.

“Quiero decir que esta protección asegura que cada vez que alguien se le enfrente, Valeryon siempre será vencedor. Su legado estará asegurado. Por más tempestades que lleguen a azotar a esta familia, nuestra sangre continuará a través de él.”

“Así lo han decidido los dioses.” Concordó Viserys.

Un escalofrío recorrió a los demás presentes.

 

 

Unas semanas después, cuando la princesa se recuperó completamente de toda la travesía que había pasado, se presentó ante la corte con su bebé en brazos. Vestida como solo la heredera podía; con un elegante vestido de seda púrpura con detalles de hilos dorados, diamantes y perlas bordados, delicadas pantuflas de seda y engalanada con collares, aretes, pulseras y anillos. En su cabello de oro y plata, peinado en un elegante recogido, descansaba una preciosa tiara de oro, amatistas, diamantes y perlas.

El vestido hacía evidentes los cambios que había sufrido su cuerpo después del parto; su busto, antes modesto, ahora se mostraba hinchado y amplio por la lactancia. Sus caderas antes delgadas ahora eran más gruesas. Y aunque esa imagen no era la preferida por la corte, donde la moda eran los cuerpos delgados y esbeltos, nadie podía negar que los cambios favorecían a la princesa. Y la vista del bebé, cada vez más grande, solo servía para ablandar los fríos corazones de los nobles.

Una vez sentada en su lugar de honor, justo debajo del rey y por encima de la reina, se dispusieron a escuchar las peticiones de los nobles y los plebeyos. Y aunque muchos esperaban que el bebé fuera retirado poco después entre llantos y gritos estridentes, como ocurrió muchas veces con el príncipe Aegon, el niño se mostró tranquilo y risueño, balbuceando suavemente a cada tanto.

Después de atender a muchos peticionarios, llegaron a la última persona: una mujer con ropas andrajosas y un pequeño niño en brazos. La mujer se mostraba desaliñada y cansada, pero esperanzada cuando se presentó ante el rey.

“¿Cómo te llamas, mi señora?”, preguntó el rey cálidamente.

“Lucya, su Gracia. Lucya Dunn.” Respondió suavemente la mujer.

“¿Dunn? ¿Del Dominio?” preguntó la princesa Rhaenyra.

“Sí, su alteza. Somos vasallos de la Casa Tyrell.” Confirmó Lucya.

“¿Qué te trae hasta aquí, mi señora?”, preguntó el rey.

Un sollozo salió de Lucya mientras se arrodillaba en el suelo.

“Su majestad, le pido justicia”, gritó entre sollozos. Los presentes comenzaron a murmurar sorprendidos y expectantes de las palabras de la joven mujer.

“Explícate, mi señora”, pidió Viserys. Compartiendo una mirada de extrañeza con su hija.

“Mi rey, fuimos engañados y traicionados. Mi casa, mi familia, todos asesinados por falsos maestres.” Lloró amargamente la joven mujer: “Solo mi hijo y yo sobrevivimos, gracias a Lord Norridge, que nos defendió cuando salimos de Silver Hill. Me dio oro para lograr llegar a usted, mi rey, pues cuando pedimos auxilio a Lord Tyrell nos negaron asilo y ayuda. Pero, en el camino, fui asaltada, trabajé como pude en cada parada, caminé durante semanas para llegar aquí. Le pido justicia y su protección, majestad.” Se inclinó nuevamente con súplicas desesperadas.

“Es imposible que maestres asesinen a nobles señores; debes estar mintiendo, mujerzuela”, dijo la reina con desdén. Su comentario generó duda entre los nobles presentes y molestia en la princesa.

“Ella ha dicho que eran falsos maestres, madrastra.” Respondió la princesa con tono frío. “No eran más que asesinos mentirosos, traidores de las leyes de los dioses y del rey. Rompieron las más sagradas leyes de huéspedes.”

Los gritos ahogados de indignación retumbaron en la sala. El rey se mostró impactado y desconcertado. Tanto la reina como su padre intercambiaron miradas molestas.

“Mi rey, debemos detener los comentarios sobre esos falsos maestres; ponen en mal las enseñanzas de la fe de los siete. Es un ultraje.” Dijo el Señor Mano.

“Te preocupas más por la molestia de la fe que por las verdaderas víctimas, mi señor. Ante nosotros se presenta una valiente dama con su hijo, una dama que ha sido despojada de su familia, su hogar y su orgullo.” Refutó la princesa: “Es a ellos a quienes debemos justicia”.

“No hay más que hacer, por ellos. Muy probablemente los asesinos ya hayan despojado todo el castillo de Dunn, se apoderaron del oro y huyeron a las ciudades libres.” Respondió Otto Hightower.

El rey parecía considerar las palabras de su Mano, mostrando su rostro triste y desesperanzado. Mirándolo con ira, la princesa se alzó de su trono y habló con firmeza.

“Su majestad, solo hace falta que hombres buenos no hagan nada para que el mal triunfe. Sería dejar a una noble dama a su suerte por la facilidad de ignorar un problema que ha costado la vida de sus súbditos. Le pido que envíe a caballeros para atrapar a esos delincuentes, para que podamos devolverle su hogar a Lady Dunn.” Los murmullos de nobles menores parecían coincidir con las palabras de la princesa.

El rostro del rey se inundó de sorpresa y miró a su hija como si hubiese sido iluminado.

“Hija mía, tan joven y tan llena de sabiduría. Me guías con nobleza, tienes razón, es deber del rey cuidar de su gente.” El rey se dirigió entonces a Ser Harrold Westerling: “Ser Harrold, prepare a buenos hombres y caballeros que sean útiles en la búsqueda de esos asesinos. Tráiganlos vivos o muertos. Lady Dunn, le pido que nos ayude con descripciones físicas de esos hombres para facilitar su arresto.” Pidió con firmeza.

“Lady Dunn, usted y su hijo permanecerán bajo mi protección. Será parte de mi séquito hasta que se recupere y pueda ir a casa; yo le proporcionaré lo que necesite.” Dijo la princesa con voz suave. “Lady Dynora le proporcionará una nodriza para su hijo; puede ir de inmediato, deben estar muriendo de hambre”.

Lady Dunn se arrodilló ante la princesa y le agradeció con fervor, llorando y sollozando con desesperación y alivio. Lady Dynora le ayudó a levantarse y la llevó a través de una pequeña puerta hasta sus nuevas habitaciones.

En la sala, los presentes parecían sorprendidos y algunos incluso aplaudieron a la princesa. Mientras tanto, nuevamente la reina verde y su padre trataron de ocultar sus muecas amargas de ira. Ignorados otra vez en favor de la atrevida princesa Rhaenyra.

Notes:

Entonces, nunca pensé que fuera tan difícil inventar un ritual valyrio, así que tomé inspiración en mis películas favoritas y en la intención ritual.
Como mencionó Daemon, cada detalle del ritual estaba pensado con una intención y un significado, desde los inciensos, hasta las flores tenían un motivo y significado.
Fue muy difícil encontrar un buen traductor de español-inglés a valyrio, así que usé cuatro diferentes y pues tuve este resultado que sé que no es cien por ciento correcto, pero hey, se hizo el intento.
Básicamente el significado del ritual y las palabras es el mismo; pedir protección para Valeryon y que el linaje continúe a través de él.
Noten el intento de utilizar elementos de tres en tres, pues el dragón debe tener tres cabezas, dicen los Targaryen.

Espero que no se hayan aburrido mucho. Muchas gracias por leer. Hasta pronto.

Notes:

¿Fue un acto de los dioses?