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personal Kinktober 2025 (ES)

Summary:

Mi primera participación en un reto como kinktober, protagonizado por personajes jugadores de campañas en las que he estado

Notes:

Kinktober: día 1

Masturbación/control de orgasmos

Lexi y attilius, universo del abismo de Baator

Chapter 1: Kinktober: Día 1

Chapter Text

Lexi siempre ha odiado los días de corte. Su naturaleza se conflictua al estar sentado ahí, en el trono, su parte de diablo de Lexi le hace estar en control de sus instintos la mayor parte del tiempo, mientras que su contraparte demoniaca le hacía añorar el caos de dejarse llevar, ir por ahí arrancando cabezas y apareandose con la misma facilidad y frecuencia de una liebre. Pero de nuevo, es la sangre controladora de diablo la que lo mantiene en la silla, con el pequeño detalle de que lo hace desear poder sin mesura, que lo hace deleitarse un poco en la sumisión de los más frágiles, y el respeto de los más fuertes. Y, en los aburridos días de corte como este, ambas partes de su naturaleza acordaban una cosa: él, el marqués Melexias, es un ser demasiado único, demasiado fuerte, demasiado… solo demasiado, como para quedarse quieto, juntando polvo en el salón del trono en un día tan lento como lo era este.

Por este aburrimiento, sus pensamientos comenzaron a divagar en mitad de la discusión entre dos diablos por el alma de un granjero; primero empezó por repasar memorias de su ultima caminata por los jardines, siguiendo con una serie de recuerdos sobre algunas de sus aventuras por sus dominios, peleas, risas, amantes… hasta llegar a su primera vez con Attilius. El cabrito lo contrariaba, por un lado jamás se había hecho cargo de un alma viva, no un diablo o demonio, era un mortal frágil e inocente con una perspectiva fresca al depresivo ambiente de sus dominios; mientras que por otro lado la idea de corromperlo un poco, de cometer esos actos indecentes en medio de su naturaleza carnal. Pero el pensamiento no se detuvo ahí, su imaginación comenzó a saltar de un lugar a otro, fanataseando con nuevas posiciones en las cuales acunar al cabrito para hacerlo gimotear al jugar con su tierno miembro; con el cómo se retorcería en sus brazos intentando aferrarse con lo que pudiera a su señor en un futil intento de no perder la cabeza por la sobreestimulación.

Entremedias de ese lascivo proceso imaginativo, Lexi pudo sentir cómo de su pecho se originaba un tirón, ahí donde el gran orbe rojizo se hallaba cuando su forma se revelaba como demonio; estaba buscando a la razón de sus fantasías. Los ojos en las vigas y las paredes se despertaron, observando discretamente en busca del estro de sus fantasías, encontrándolo cuidando de un lirio en el jardín privado del castillo. El sátiro, que hasta el momento regaba la planta con una tranquilidad absoluta, levantó la mirada como si hubieran susurrado su nombre; sentía la mirada de su señor sobre su cuerpo como si fueran sus manos, sus pezones se endurecían cuando esa mirada mágica se pasaba por sus hombros, si se concentraba lo suficiente incluso podía escuchar los pensamientos de su amante gracias a ese sello que le plasmó en la nuca, un sello particular de los seres de lujuria que le permitía saber cuando alguien le miraba con deseo.

– ¿Es que mi señor desea mis servicios? –preguntó al aire, consciente de que los poderes del marqués le harían escuchar la pregunta.

Misma a la que recibió respuesta de forma casi inmediata, la imaginación de Lexi mostró a Attilius entrando a los aposentos del marqués es misma noche, con el mestizo esperando sin su camisa, imponiéndose sobre el sátiro.

–Ahí estaré, amo. –dijo al fin, y el orbe carmesí que levitaba invisible para el sirviente se desvaneció.

La perspectiva de más tarde encontrarse nuevamente con Attilius fue lo único que lo mantuvo con la cordura suficiente para poder atravesar lo que quedaba del día de corte, mediando conflictos entre vasallos, castigando a aquellos que lo merecían y ejecutando a los que incumplían sus pactos.

O eso es lo que pensaba antes de ver a la diabla que lo pretendía cual depredador a su presa, Yiltri. No entendía qué era lo que la mujer veía en él, mucho menos en su título, pero aquí estaba nuevamente en el día de corte con un nuevo intento de llamar la atención del marqués.

–¡Mi señor!, es un honor que me reciba en su hogar el día de hoy –La diablesa avanzó hacia el trono, contoneando sus caderas para arrancar suspiros de algunos miembros de la servidumbre ante la forma espléndida de su cuerpo, cortesía de un diablo de alto rango seguramente con más de una perversión–. ¿Cómo se encuentra mi señor?

–Sabes que podría degradar tu rango por venir aquí sin una invitación,¿cierto? –Lexi no se levantó de su asiento para recibirla como hizo con los otros cientos de subditos que pasaron antes que ella, ni gastó energía en sonrisas falsas o cumplidos vacíos, no lo merecía–. ¿Qué es lo que quieres?

–Solamente un poco de su tiempo, mi señor –hizo una reverencia profunda, contoneando su escote pronunciado frente a Lexi, y haciendo un esfuerzo desproporcionado por mostrar su cuello en seña de sumisión a quien espera la tome como su propiedad–. No tiene que ser hoy, solo le pido un día de su tiempo cuando mejor le venga, Señor Marqués.

–Un día de mi tiempo, y no podrás venir a mis dominios por seis meses.

–Se- uh, ¿perdone?

Pero antes siquiera de que Lexi pudiese abrir la boca, la puerta lateral que viene desde los jardines interiores se abrió lentamente, con un chirrido agonizante para los pobres demonios con los oidos más sensibles. Por el umbral apareció Attilius, su overol manchado con un poco de fango y tierra, llevaba cargando una pala, que aún tenía trozos de calabaza. Siguió avanzando hasta estar cerca del trono, de su señor, no a la misma altura que Yiltri, no, sino más cerca, se tomó el atrevimiento de subir los primeros dos escalones hacia la silla, ojeando de arriba a abajo a la mujer, desde ese pelo plateado (un signo que gracias a las enseñanzas de Baox, reconoció de Minauros), pasando por el pronunciado escote y los senos de tamaño decente que se escondían detrás, continuando por la cola de escorpión al pasar la mirada por la zona de su cadera, y siguiendo su camino por las piernas tonificadas que lucía para acabar en las zancas y zarpas de un perro.

No le agradaba, ni un poco, y aún así llegó a sentir un nudo en el estómago al verla hablando con Lexi.

–Terminé con mis tareas del día, mi señor. –anunció sin dar mucha atención a la presencia de la señora, meneando la pala de un lado a otro, intentando desprender un trozo de calabaza que acabaría cayendo sobre una de las zarpas de la chica–. ¿Soy libre de retirarme a mis aposentos, o su señoría tiene más tareas para mí?

–Puedes retirarte, Attilius. –Melexias tuvo que morderse la lengua para no sonreír ante la actitud descarada de su amante–. Más tarde requeriré de tus servicios en las cocinas para cubrir la ausencia de Malka –Acto seguido, lo despachó antes de propinar una mirada gélida e inmovil a la diablesa, haciendo una magia menor para proyectar su voz desde todas partes de la cámara, cimbrando los cristales a causa de que durante el breve encuentro con el cabrito, Yiltri no pudo reprimir extender sus garras y ver al sátiro con repulsión–. Attilius es parte de mi servidumbre, y por más mortal que sea, lo tratarás con el mismo respeto que tratas a Baox, ¿Está claro, Yiltri de Minauros?

–S-sí, su señoría. –la mujer cayó de rodillas frente al trono, sus afiladas pupilas ahora contraidas y temblando del miedo, no se atrevió a levantar la mirada para ver a la criatura de seis ojos y afiladas garras que ahora se sentaba en el trono– Le ruego perdone esta falta de respeto a su corte.

–Un día de mi tiempo, después no quiero ver tu rostro en mi territorio durante seis lunas, es lo que te ofrezco y nada más, tómalo o déjalo, pero deja de importunarme, diablesa.

–Le agradezco su generosa oferta y la piedad que me tuvo, gustosa aceptaré ese día de su tiempo –Sin decir más, se levantó y salió de la habitación a pasos agigantados, dejando un rastro de aroma al azufre de las minas que irritaba en sobremanera a Baox.

–Entonces, Mi señor, ¿quiere que asigne un turno en las cocinas al joven sátiro? –Baox, gigante y pálido como era, se acercó al trono desde las sombras, sonriente por la evidente mentira sobre la ausencia de “Malka”, porque Malka no existía.

–No molestes, viejo amigo. –el Marqués se levantó de su asiento de poder, mientras el sol mineral que había en este piso intermedio del abismo irrumpía en un desconsolador atardecer para la mayoría, pero esperanzador para el joven noble–. No quiero interrupciones ni que me molesten a mí o a Attilius el resto del día, por favor.

la habitación de Lexi siempre ha sido enorme a ojos de Attilius, si se echaba sobre la cama y conseguía no hundirse en el mullido colchón, podía arrastrarse un par de minutos y aun no encontrar el borde de la cama; los burós y las encimeras estaban a una altura que tenía que subirse a un pequeño banquito para no tener que estirarse de forma tan incómoda, después de todo, el sátiro apenas medía la mitad de lo que el mestizo tenía de altura.

La puerta se abrió, bañando la habitación en la cálida luz del pasillo, solo para ser eclipsado en penumbras nuevamente por la figura de su maestro, el Marqués Melexias. Los ropajes de la nobleza le cubrían, resaltando factores que el sátiro consideraba… interesantes, por ponerlo de forma poco vulgar, su mandibula endurecida, las cicatrices sobre sus hombros, por mencionar algunas.

Pero eso no fue suficiente para quitarle el mal sabor de boca de haber visto a la que en el fondo consideraba su principal contendiente en el ritual de cortejo por el señor de este abismo, con lo que intentó fingirse desinteresado de las atenciones que podría recibir por medio de continuar cepillando su pelaje, quitando de esta manera la tierra cercana a sus pezuñas.

–¿Día interesante en la corte? –saludó el feerico, que estaba depositando el cepillo en la encimera que el marqués le dejó en la habitación, misma de donde sacó las cosas para tomar una ducha.

–Estás molesto.

–¿Por qué debería estarlo? –replicó con desdén sin dejar de llevar toallas al baño, sandalias, jabones y un cepillo que era casi tan grande como su brazo–. No es como que le hayas aceptado una cita a ella, ¡Sabes cómo me trató en tu fiesta!

–No accedí a una cita…

–¡Le concediste un día de tu vida!

–Una cita implica un deseo, Attilius, y ella no es la persona a la que deseo. –Melexias cerró a pasos agigantados la distancia entre ellos, lo abrazó con fuerza y después fijó su mirada en esos ojos enormes que su amante tenía– Puedes sentirlo, ¿no? –Attilius intentó apartar la mirada que revelaba el rubor en sus mejillas, Lexi tenía razón, podía sentir la misma punzada que tuvo en el jardín, pero esta se sentía distinta, más cálida en su abdomen, no era solo lujuria, era un deseo más profundo–. Vamos a darnos un baño juntos, venga.

El cabrito quedó dividido, su orgullo le pedía protestar, que no se dejara levantar en esos brazos firmes y musculosos, después de todo ¡Lo que hizo fue una afrenta, se supone que él y Lexi estaban juntos! Pero, por otro lado, sentirse abrazado, amado, seguro en sus brazos no tenía precio, quería ser mimado, lo disfrutaba mucho. El mestizo dejó al cabrito sobre la barra del baño, donde este se quedó quieto haciendo gestos de molestia y suspiros en un intento de llamar la atención de su acompañante, pero este estaba más concentrado en mediar la temperatura del agua, que en otra ocasión habría calentado hasta poder escaldar a un diablo menor, ahora buscaba que fuera agradable al tacto de un mortal, apenas suficiente para calentar la piel sin quemarla y que de preferencia no se enfriara pronto; a los pocos minutos el agua quedó perfecta, con una pequeña estela de vapor emergiendo de la superficie.

–Creo que está lista –anunció Lexi mientras se despojaba de su camisa, revelando una espalda cuadrada de firmes músculos, con cicatrices ya cerradas y heridas aún sanando–. ¿Estás molesto como para no entrar al agua conmigo?

–No estoy molesto… contigo, solo me da miedo. –Attilius imitó al mestizo y fue más allá al desnudarse por completo, extendiendo los brazos en dirección a su amante, haciendo señas para que lo metiera en el agua, recibiendo así una mirada hambrienta del hombre, que se lanzó sobre él para cubrirlo de besos de pies a cabeza, pero el cabrito no se dejó y lo apartó–. Me da miedo que desees a otra y me dejes porque… porque… –levantó la vista, suplicante, con los ojos vidriosos y un nudo en la garganta, solo para encontrarse nuevamente con esos ojos de su amo, afilados, pero candentes y que le miraban con anhelo, provocando que la parte que se dejó llevar hasta la ducha se ablandase con esa mirada–. A veces odio que seas tan tú.

–Y al mismo tiempo lo adoras. –Melexias se inclinó por un beso, sin esperar ser recibido con tanto ímpetu de parte del pequeño, que el juego de lenguas empezase tan pronto considerando los efectos de su saliva en el cabrito.

–Vamos a relajarnos un poco –suspiró cuando lo bajaron al interior de la tina, separándose de la boca de Lexi para respirar– Y después le mostraré a mi amante y señor por qué debería elegirme antes que a esa perra de segunda categoría.

Lexi tuvo que morderse la lengua para aguantar una carcajada, apenas unos mililitros de saliva y el chico ya se estaba volviendo audaz y descarado, pero intentó enfocarse en el aquí y en el ahora, siguiendo parte de los ritos mortales donde se daba atención al cuerpo de la pareja en un momento no erótico, entrando al agua para masajear cuidadosamente los músculos de su espalda, sus hombros y brazos, sus pantorrillas, los muslos, aflojando un poco sus posaderas con una mezcla casera y experimental de hierbas relajantes, que en combinación con el agua cálida, casi logran dormir al sátiro.

Acto seguido, el diablo levantó al sátiro para llevarlo al cuarto, haciendo uso de su naturaleza cálida a manera de secadora rápida, recostándolo sobre la cama con la intención de que descanse después de un largo día, sin esperar que cuando se preparaba para su propia ducha, sintió un leve tirón en la cola.

–No, te dije que te daría un espectáculo –murmuró sonriente a medida que se incorporaba sobre la cama, haciendose consciente de su propia desnudez– digame, amo, ¿alguna vez me ha visto explorarme a mí mismo?

–N-no, creo que… eh… no, no lo he visto –Melexias estaba seguro de que sus padres estarían decepcionados, un mortal haciendolo sonrojar como una diablesa de bajo rango, parecía que no pertenecía a la naturaleza de la lujuria.

–Bueno, mi señor, entonces… –Attilius se arrastró por la enorme cama hasta la encimera de noche junto a ellos, donde sabía que Lexi guardaba los infernales juguetes con nudos y giros extraños, grandes y pequeños, de entre los cuales seleccionó uno especifico que ultimamente se había vuelto su favorito– suba en la cama y póngase cómodo.

Lexi reptó al rededor de attilius al subirse en el mueble, cual lobo acechando a un conejo, hasta finalmente recargarse sobre la cabecera, dejando caer el peso de su título a puerta cerrada. Por su parte, attilius cubrió el dildo con un lubricante único, extraido en algún lugar del dominio de su amo. Lo colocó en mitad de la cama, se posó a horcadillas sobre el falo esculpido, lo empapo en ese lubricante especial y descendió por fin sobre el dildo de roca.

Dejó salir un enorme suspiro, sentir como el intruso se abria paso a traves de su agujerito para masajear su prostata le daba alivio después de un dia de tanto estrés, por lo que decidió ir lento al inicio, sintiendo la cabeza entrar y salir, poco a poco, llenando y vaciando poco a poco su canal, frotando todos los puntos débiles del sátiro, arrastrándolo hacia el éxtasis.

Los pensamientos libidinosos empezaron a innundar la mente de Melexias, que clavó su mirada en el cuerpo del cabrito para provocar que el sello y tatuaje magico que tiene sobre su piel empiece a reaccionar, endureciendo aun mas el pequeño miembro que se balanceaba arriba y abajo, goteando sobre las sábanas gracias a la excitación que le provocaba el espectáculo. Attilius posía sentir cómo la piel le ardía ahí donde lo habían marcado, no un ardor como si la piel se le hubiera chamuscado, no, un ardor de deseo, un ardor de anhelo, sentía los pensamientos quemando sobre su piel, la marca de sus besos quemando sobre su pelaje como si lo estuviera tocando en ese momento, como si lo hubiera tomado en brazos y lo estuviera haciendo suyo en ese instante.

Montó aquella polla durante sabrán los dioses cuanto tiempo, con el impetu de un jinete a un potro salvaje, animado por los pensamientos de su señor y ver cómo el mestizo tenia su miembro endurecido y lo acariciaba suavemente mientras lo observaba. Se recuesta sobre la cama, levanta sus piernas y ahora mueve el dildo manualmente, deja de hacer un esfuerzo por moderar sus suspiros, gemidos y gritos; “¡Lexi!” grita de vez en cuando, aumentando el ritmo de los movimientos se centra en masajear su prostata cada vez más rápido… hasta que sintió una fantasmal mano sobre su propio pene, frotando de arriba a abajo, centrándose en su cabeza, luego rozando el perineo, haciendolo palpitar y endurecerse al sentir cómo la mano apretaba cerca de la base, impidiendole correrse.

–Estás cerca del final, ¿no es así? –la voz de Lexi no estaba preguntando, estaba afirmando, en sus ojos se veía el hambre de devorar al muchacho, en definitiva estaba disfrutando del espectáculo–. Y aun no te has venido, con todo lo excitado que estás, muy buen chico.

–Amo, puedo… –gimoteó al meter el falo una vez más, el btoncito de placer estaba ya ligeramente inflamado, mas sensible, más deseoso–. ¿Puedo venirme, mi señor?

–Detente, aún no. –la voz de Melexias estaba fragmentada, producto de un conjuro que obligó a Attilius a detenerse en seco, sacar el falo y quedarse quieto. Gracias a los afectos que se tenían, el conjuro no era doloroso a contrariedad de lo que sería para cualquier otro–. Si te quieres venir, ven aquí.

Attilius se arrastró por la cama hasta el regazo de su amante, hasta sentir el abrazador calor del infierno en la piel suave de su señor, de su amo, hasta que este lo acunara boca arriba sobre él para tener fácil acceso a ese pequeño miembro tembloroso y que no dejaba de gotear, así como el agujerito apretado que tanto rogaba por atención. Primero acarició el borde de ese culito con la punta de un dedo, lo remojó en lubricante y luego lo metió, falange a falange, asegurandose de acariciar el botoncito de placer, enviando un escalofrío por toda la columna del sátiro; mientras tanto, con la otra mano acariciaba el miembro de su amante, arrncando suspiros desde lo más profundo de su alma, haciendolo aferrarse a sus brazos mientras se retorcía del placer y la sensibilidad.

–mi señor… ¡Oh! –ese ultimo suspiro salió desde el fondo de sus pulmones, estaba temblando con las caderas acalambradas por lo dolorosamente cerca que estaba del orgasmo– por favor, Melexias… hazme correr, mi amo, mi cariño…

–Buen chico, lo haz hecho bien hoy –susurró reapondiendo al uso de su nombre, acelerando el ritmo de la masturbación que estaba haciendo en ambos puntos sensibles–. Córrete para mí, vamos, sé un buen sátiro y córrete para tu amo.

Acto seguido, la larga y viscosa lengua del infernal salió de su boca, acariciando con ella suavemente los bordes de las orejas del cabrito, antes de morder el extremo de una de ellas e introducir cuidadosamente la lengua en una de sus orejas, tocando todos los nervios y puntos sensibles de esta inesperada zona erógena, provocando así que Attilius cayera por el borde del orgasmo, largos chorros de ese dulce nectar blancuzco empezaron a brotar desde la pequeña polla temblorosa cual lava de un volcán, igual de ardiente e impresionante.

El cabrito terminó jadeando, tembloroso, con espasmos en sus bolas y su polla mientras la sangre comenzaba a abandonar el miembro, mientras que su agujerito quedaba abierto, mostrando un poco de ese interior rosadito.

–lo hiciste bien, mi pequeño –el marqués acunó a su joven amante en sus brazos, sintiendo cómo subía y bajaba su pecho en un intento de recuperar el aliento tras la sesión de amorío entre el joven cabrito y él–. Siempre recuerda que gracias al sello que te puse, puedes escuchar mis pensamientos, mis afectos. Sabes que no te cambiaría por nada ni nadie, mucho menos por ella.

Pero attilius no respondió, estaba demasiado fatigado para hacerlo, tan solo podía pensar en el calor del cuerpo de su amante, en cómo estaba recostado con él en la misma cama, y de cómo estaba cayendo en los brazos del sueño con suma facilidad.

Lo había logrado, Lexi era suyo.