Chapter Text
Las calles concurridas de Seúl eran muy distintas a lo que Eva estaba acostumbrada.
Había muchas pantallas, mucha luz, demasiada tecnología para la época.
Fue un cambio rotundo pasar de su finca en un pueblito en Italia, a la concurrida ciudad.
Pero la joven quería seguir estudiando artes en otro país, y que mejor uno donde ni sabia escribir su propio nombre.
Por suerte, padre se apiadó de ella y la metió a varios cursos de coreano permitiendo que pueda dominar lo mejor posible el idioma antes de ser enviada a la Universidad Nacional de Seúl.
Lo logró por suerte. Aprendió rápido el idioma; y eso desencadeno que ahora este caminado por las concurridas calles de la cuidad que la había acogido hace varios meses.
Tenía pensado encontrarse con unos compañeros de la universidad (también extranjeros) en un bar cercano, HDH se llamaba. Pero dicho lugar no era tan cercano, lo descubrió cuando ya estuvo más de 20 minutos caminando.
Cada poco tiempo tenia que revisar su teléfono, para verificar si estaba yendo en por buen camino. Además, debía estar atenta a no ser atropellada por accidente o chocar con la impresionante cantidad de personas en esta ciudad.
No le era extraño estar en lugares tan concurridos por unas horas, pero siempre estuvo con su hermana mayor o su madre; era inquietante tener que estar sola... Un pequeño detalle que no tuvo en cuenta al venirse aquí.
Para su fortuna pudo armar un pequeño grupo de amigos. Chicos que venían de distintas partes del mundo y estaban igual de perdidos que Eva en esta nueva ciudad. Esta de más decir, que eso conectó al grupo rápidamente a pesar de que todos estudiaban en distintas carreras.
Carreras universitarias de las cuales se podría tomar un descanso. Pues ya había dado todos los exámenes de la temporada. Dejando a Eva completamente agotada mental y físicamente, es más, casi rechaza esta salida con la tentación de quedarse viendo películas en su piso. Pero sus amigos, que fueron testigo de cómo durmió casi un día completo después de los exámenes, no la dejarían estar más tiempo en su cama.
Ellos creían que era el momento adecuado para juntarse a celebrar la supervivencia a la semana mas trágica de su ciclo estudiantil.
Y Eva no tenía ninguna escusa apta para negarse, su amiga Lily tenía una copia de sus llaves y no dudaría en irrumpir en su departamento para llevarla a algún bar.
Nada la podía salvar.
Suspiro irritada cuando sus mechones pelirrojos decidieron descontrolarse con el viento de la temporada. Esto solo aumentaba su necesidad de volver a su cama y no hacer nada. Solo existir viendo series o escuchando música.
Su celular vibro llamando su atención. Podría haber sido un mensaje de su madre o padre preguntando como estuvo su día (aunque lo dudaba pues ellos sabían que ella estaría casi todo el día durmiendo). Fue de Lily preguntando en donde estaba.
Iba a responder con un mensaje de voz, informando que estaba cerca y si la podían esperar afuera del lugar.
Estaba distraída mirando la pantalla brillante, lo cual desencadenó que choque contra alguien, y su nariz se llene de olor a cerveza.
El choque fue seco, desprolijo. Eva tropezó hacia atrás, apenas manteniéndose en pie. El hombre se tambaleó también, pero fue él quien comenzó a gritar al ver a la joven pelirroja. Levantando la voz como si ella acabara de cometer el peor delito.
— ¡¿Estás ciega o qué?! —vociferó, con la voz arrastrada por el alcohol.
Eva levantó la mirada, confundida y con el corazón golpeando en el pecho. Tratando de encontrar sus palabras para disculparse por su error.
Aunque el hombre, con sus ojos inyectados y el aliento espeso de la bebida alcohólica, no parecía escucharla.
Aun así habló.
— Lo siento señor, no lo vi... estaba distraída, de verdad —intentó calmarlo, levantando una mano en señal de paz— No fue a propósito.
Pero el hombre no pareció registrar sus palabras. Agitaba los brazos, señalándola, maldiciendo, cada vez más alto, más cerca, como si ella lo hubiera chocado por diversión a pesar de que quería desaparecer en ese instante.
La gente comenzaba a mirar, pero nadie intervenía. Eva dio un paso atrás. Él dio uno adelante.
— ¡Siempre la misma mierda con ustedes los extranjeros! ¡Creen que pueden andar como si nada! ¡Se creen los dueños del mundo! —escupía las palabras que iban dirigidas a la nacionalidad de Eva en vez del accidente.— ¡Te voy a enseñar a mirar por dónde caminas!
Su brazo se extendió hacia ella. Iba a agarrarla, y lo peor es que Eva se quedó completamente paralizada.
— ¡Alto! —Una voz firme y fuerte cortó el aire.
En cuestión de segundos, una mano tomó al hombre por el hombro y lo hizo girar bruscamente. Un joven uniformado apareció entre la multitud, con gesto demasiado serio para la edad que aparenta. Lo apartó con firmeza.
— Basta. Usted está alterando el orden público con su escandalo —habló con tono serio, ignorando los quejidos del hombre mayor— Si sigue así va a tener que ir a la comisaría.
— ¡Ella me empujó! ¡Me golpeó primero! —bufó, pero ya estaba siendo escoltado por otro oficial que apareció sin hacer ruido, como si hubieran estado atentos desde antes que el choque suceda. Siguiendo al hombre ebrio desde las sombras para evitar escándalos.
El joven que lo había detenido se volvió hacia Eva. Su expresión cambió de inmediato. Ya no era el oficial severo que acababa de contener una agresión, sino alguien atento, meticuloso. Tal vez incluso amable.
— ¿Está bien? ¿Le tocó? —preguntó, escaneándola rápidamente sin invadir su espacio. Pero buscando algún signo de agresión.
Eva negó con la cabeza, aún un poco tensa por el altercado. Realmente tuvo que quedarse en su departamento.
—No... solo me gritó. No me hizo nada por suerte —Respiró profundamente, notando como poco a poco la gente dejaba de mirar y seguía con su vida.— Muchas gracias.
A pesar de su afirmación, el joven oficial parecía seguir preocupado por su estado.
— ¿Necesita que la revise un médico, esta pálida? —murmuró con una seriedad que debería ser dirigida a alguien que acaba de tener un accidente, no un altercado como esté.
— No, estoy bien. Solo me asusté —muy a su pesar no pudo evitar soltar una leve risa. La situación... fue bizarra en el mejor de los casos.— Realmente no veía por donde estaba caminando.
Él asintió, y miró alrededor, verificando que el peligro hubiese pasado del todo. Parecía tratar de ocultar una sonrisa ante la risa nerviosa suya.
— ¿Va sola? ¿Puedo acompañarla hasta donde va? Por seguridad —preguntó suave, como si tratara de mantenerse lo más informal posible, a pesar de estar en servicio.
Eva dudó, en el tiempo que estuvo aquí ningún oficial se ofreció a eso; pero la gentileza en su tono, el modo en que había aparecido justo cuando lo necesitaba, le inspiró confianza. Era un policía, no podría hacer nada malo.
— Estoy a una cuadra, me encuentro con mis amigos en un bar.
Ante la afirmación, los ojos oscuros del hombre parecieron brillar con algo que Eva no pudo reconocer.
— Bueno, vamos —respondió él, caminando a su lado con paso tranquilo.
Y así empezo su recorrido. Dos desconocidos unidos por un hombre ebrio. Que locas eran las vueltas de la vida.
El silencio entre ambos era raro pero no incomodo, lleno de esa rareza que queda después del caos.
Hace unos minutos ninguno de los dos sabía que el otro existía, y ahora estaban compartiendo una caminata hasta un bar. Probablemente para separarse y nunca más volverse a ver.
Que extraña era la vida haciendo estas cosas. Moviendo los hilos como si armará una bufanda.
A medida que se acercaban, las luces neón del bar los envolvían. Eva pudo ver a través del ventanal a sus compañeros de la universidad riendo, alzando vasos, tomando con la felicidad del estudiante aprobado.
Se detuvo frente a la puerta, notando que ya habían pedido sus bebidas y que la suya estaba frente a un asiento vacío. No habían perdido el tiempo.
Por última vez se giró hacia el oficial y se inclinó levemente. Una despedida un poco formal para su gusto, pero aquí todos eran así.
— Gracias otra vez. No sé qué habría pasado si no llegabas.
El joven asintió con una ligera sonrisa. Una muy linda ante los ojos de Eva. Realmente no la había visto bien antes
— Solo hacía mi trabajo. Me alegra que esté bien.
Se miraron en silencio por un segundo, los suficientes para que Eva pudiera mirar con un poco de disimulo al hombre, memorizando el rostro. Los rasgos que resaltaban, como su piel bronceada por los días de trabajo bajo el sol. Su cabello ligeramente despeinado. La forma de su mandíbula. Sus ojos oscuros que brillaban con las luces del bar...
Era guapo, y Eva sabía que había muy poca probabilidad de volver a encontrar a este coreano en el mar de gente.
No perdía nada preguntando su nombre.
— Disculpe que pregunte pero, ¿Cómo se llama? —habló con voz calmada; con una inclinación curiosa de la cabeza.
Él pareció sorprendió por su repentina curiosidad hacia él. Pero su sonrisa se extendió un poco más. Como si nunca hubieran preguntado su nombre a pesar de ser realmente guapo.
— In-ho. Hwang In-ho —respondió inclinando un poco su cabeza.
Eva iba a decir el suyo, los labios ya entreabiertos, cuando escuchó una voz detrás del vidrio.
— ¡Eva! ¡Ya llegaste! ¡Apúrate, que se enfría la pizza y se calienta tu bebida!
Lily, su amiga hizo señas efusivas desde dentro. Eva se giró hacia In-ho con una sonrisa apresurada, casi disculpándose de que todo termine tan abrupto.
— Tengo que entrar... Pero... gracias otra vez, oficial Hwang.
Y antes de que él pudiera responder, ella abrió la puerta, desapareciendo entre las risas de sus amigos y la fuerte música del lugar.
Sin que ella lo note, él se quedó allí un segundo más, mirando la puerta cerrarse, el reflejo de su propio rostro desvanecerse entre las luces; mientras sus ojos veían a la mujer de cabellera rojiza mimetizarse con el ambiente.
Eva no sabía que había dejado sorprendido al oficial.
(...)
Tener clases a la noche tenía sus cosas buenas y malas.
Lo bueno era que tenía toda la mañana y tarde para estudiar o ponerse al día con varios trabajos que debía entregar a sus profesores.
También podría salir al medio día a comer en algún lugar, disfrutando del calor que poco a poco empieza a subir en la ciudad.
Lo malo... era que siempre salía a altas horas de la noche. Si tenía suerte solo tenía que caminar unas pocas calles para llegar a la parada de autobús, donde podría haber gente.
Si la suerte no estaba de su lado, perdía el autobús, teniendo que ser la única persona esperando a que su transporte aparezca.
Hoy no tuvo suerte.
Había salido tarde de una clase opcional de conservación de obras, el cansancio le pesaba en los hombros con cada paso que daba; sintiendo que su mochila tenia ladrillos en vez de libros.
Estaba a unos metros de la parada, cuando se subió al último pasajero al autobús y partió del lugar.
Eva no pudo evitar que un pequeño insulto salga de sus labios. En esos momentos le hubiera gustado hacer caso a su padre y aceptar comprar un auto.
Ahora no tenía apuro de llegar, así que camino más lento hasta uno de los asientos bajo el techado de la parada.
Sentándose sobre el frio metal, con su mochila sobre sus piernas a espera de que llegue el próximo transporte.
Prefirió no usar su teléfono, concentrándose en mirar atentamente los autos que pasaban por la calle; iluminando a las personas que parecían caminar como si el tiempo les estuviera pisando los talones.
No los culpaba, hace unos minutos ella estaba así... bueno, estuvo apurada todo él día. No tener exámenes la relajo mucho y durmió demasiado tiempo; haciendo que llegue tarde a algunos tramites que debía realizar en el día.
Y ahora finalmente podía bajar varias velocidades. Se le hizo muy extraño.
Tenía la vista baja, sus dedos estaban repasando la cremallera de su mochila con un patrón memorizado, fue ahí cuando escuchó unos pasos a su lado.
No miró. Podría ser un peatón más, que al igual que ella, llego tarde.
Justo en ese momento, con una luz encandécete, el autobús apareció doblando la esquina.
Eva se puso de pie rápidamente, no quería volver a perderlo. Subió sin mirar atrás y pagó su pasaje con algunas monedas.
Estaba casi vacío como si nadie se hubiera subido en todo el recorrido.
Caminó con desgano hacia el fondo por costumbre, y se dejó caer sobre uno de los asientos traseros. Ahí acomodó su mochila y abrió el cierre para buscar sus auriculares en medio de todos los papeles y lápices sueltos.
— Eva.
Una repentina voz, hizo que el aire le quedara atrapado en la garganta. Giró su rostro rápidamente, sorprendida de volver a escuchar la voz del oficial que la ayudó hace unas noches.
— ¿In-ho? —su voz salió más débil de lo que esperaba. Pero estaba sorprendida, no todos los días te encuentras con el policía guapo.
Y él estaba allí, de pie en el pasillo junto a su asiento, con la misma sonrisa tímida de la noche del incidente; aunque esta vez con el uniforme desabrochado en el cuello, cabello desordenado y una mochila colgada al hombro.
Eva no lo diría en voz alta. Era extraño, pero su presencia traía algo cálido, una especie de firmeza callada que no intimidaba, solo intrigaba.
— Hola —respondió él, con una leve inclinación de cabeza y una sonrisa formándose en su rostro.— No sabia que tomábamos el mismo autobús... yo terminé mi turno en el trabajo. Estaba haciendo una ronda por la zona de la universidad —explicó rápidamente, ajustando su mochila sobre su hombro a pesar de que esta no se movió.
Eva parpadeó ante su explicación, asimilando la coincidencia. Por dentro, algo en su pecho se movió. ¿Era nervios? ¿Curiosidad?
— Ah, no te había visto —sonrió con timidez, expresando sus pensamientos ante este encuentro.— Qué casualidad... tan rara. De todos modos siempre trató de tomar el autobús que pasa antes. Tal vez por eso no te vi antes —murmuró con una leve risa. Dejando a un lado la búsqueda de los auriculares; seria de mala educación usarlos estando él a su lado.
— ¿Puedo? —preguntó después de un leve segundo, indicando el asiento al lado de Eva. Y ella pudo jurar que había un leve nerviosismo en su tono.
— Claro —respondió rápidamente; haciendo, para su vergüenza, que su coreano salga extraño de sus labios.
Para su fortuna él entendió, o eso parecía cuando se sentó a su lado, con la espalda recta y los ojos escaneando el interior del autobús casi por costumbre.
Durante unos segundos no dijeron nada. El traqueteo del vehículo llenó el vacío de dos personas que eran completamente desconocidos sin nada en común.
Fue en esos momentos donde Eva se preguntó como carajos hizo para tener su grupo de amigos, si tanto le costaba iniciar una conversación con el chico a su lado. Casi inconsciente empezó a jugar otra vez con la cremallera de su mochila para hacer algo con sus manos.
Fue él quien volvió a hablar después de un largo silencio. Y Eva estaba agradecida por eso.
— ¿Estudias aquí? —preguntó sin mirarla directamente. Su voz era baja, como si no quisiera molestar, pero genuinamente interesado.
— Sí... Historia del arte —contestó, con una sonrisa un poco avergonzada. Sabia que mucha gente pensaba que era una perdida de tiempo estudiar eso, que no era una carrera de verdad.— Aunque ya había empezado algo similar en Italia antes de venir.
In-ho giró un poco la cabeza, sorprendido, haciendo que su cabello se revuelva más.
— ¿Viviste en Italia? —habló finalmente mirándola.
—Sí. Los últimos siete años. Mi mamá es restauradora de frescos, trabaja entre Florencia y Milán. Y mi padre la ayuda... —se tuvo que callar para no mencionar que él era el dueño de varias galerías de arte. No quería quedar muy prepotente.— Vine a Corea para tener otra perspectiva. Además siempre se aprende algo nuevo.
A pesar de eso, descubrió que sus palabras habían salido con mucha facilidad.
No hablaba mucho del tema. A veces sentía que venirse a estudiar otra vez la misma carrera era retroceder, empezar desde cero. Pero decirlo así, frente a alguien que no conoce, lo hacía sonar diferente.
In-ho asintió lentamente. Sus ojos, negros y curiosos, la miraban con atención. Eva no pudo detectar el tipo de desinterés que veía en su hermana.
— Nunca conocí a nadie que hiciera eso. Restaurar frescos —dijo con un leve indicio de una sonrisa— Suena como algo que requiere mucha paciencia.
—Demasiada —resopló levemente.— Mi madre es perfecta en el área —rió recordando las veces que la vio hacer dicho trabajo con demasiada paz.— Disfruto haciendo eso, pero es... agotador, se busca demasiada perfección. Por eso prefiero analizarlos y dar charlas sobre ellos.
Él asintió otra vez, divertido.
— ¿Y eso te gusta más? —preguntó como si quisiera que la compensación no termine estancada.
— Sí. Es difícil de explicar... pero es fascinante poder hablar de la historia del cuadro, su artista, el contexto histórico... y todo eso —se obligó a guardar silencio. Ya había hablado demasiado con un este desconocido; no quería aburrirlo el resto del viaje.
In-ho no dijo nada en el momento. Solo la miró por unos segundos en silencio. No era una mirada intensa ni pesada. Era... una pausa.
El autobús giró en una esquina, y las luces de la tienda se conveniencia de su zona brillaron por la ventanilla. Su parada estaba cerca.
— ¿Y tu? —se animó a preguntar a pesar de sentirse un poco metiche— ¿Siempre quisiste ser policía?
Él alzó una ceja, pensativo.
— Si, desde niño siempre me gusto. Creía que el mundo podía ser un lugar mejor si se encerraban a todos los malo —una leve risa escapo de sus labios, como si se burlara de su yo joven.— Y aquí estoy.
Antes de que pudiera agregar algo más, la voz automática anunció su parada. Al igual que su primera interacción, está también debería terminar abruptamente.
— Me bajo aquí —dijo Eva con cierta urgencia al no querer perder su parada. Aunque había un tono apenado al tener que cortar la conversación.
—Gracias por la charla —murmuró con cierta incomodidad ante lo extraño que sonaba.— Fue... lindo hablar con alguien de camino a casa.
In-ho asintió con suavidad. Sus labios dibujaron una sonrisa apenas visible, pero genuina.
— Igualmente, Eva.
No se quedo a hablar más pues ya habían llegado a su destino, a unas calles de tu piso.
Al bajar del bus no pudo evitar mirar hacia el asiento que había ocupado, preguntándose si In-ho había seguido sus pasos. Para su desgracia no fue así. El hombre parecía haberse movido a otro lado del transporte.
No tuvo más remedio que seguir con su camino hasta su piso. Tal vez en otro momento vuelva a encontrarse con él.
La vida le dejo en claro que dos personas son capaces de encontrarse miles de veces en un mar de gente.
Camino en silencio hasta los grandes edificios donde sus padres le pagaron el piso. Tarareando "Strangers in the night", la cual podría estar escuchando si no hubiera perdido sus auriculares en el desorden de su mochila.
Al entrar en su piso fue directo a su cama donde la esperaba una inhumana cantidad de manuales de artes y sus cuadernos repletos de fechas históricas.
Dejó todo sobre el suelo y se tiro sobre ella con un pesado suspiro, sintiendo que la presión del día se liberaba poco a poco.
Saco su teléfono, notando varios mensajes en el grupo de su amigos. No fue nada importante, solo un mensaje de Lily preguntando si mañana podía pasar la noche en su piso (lo cual era normal, días antes de los exámenes o clases importantes varios de sus amigos venían a dormir a su departamento por la cercanía a la universidad).
También había uno de su padre, Ezequiel, preguntando como terminó su día, y si ya había comido.
Una sonrisa apareció en sus labios al responder a él. A pesar de la distancia siempre se turnaba con su madre para preguntar como estuvo su día y si comió.
Realmente no parecía fanático de que ella esté tan lejos de casa; ahora parecía darse cuenta. Probablemente notando la casa sola, ya que su hermana, Analia, estaba con su novio todo el tiempo.
Fue al responder todos los mensajes que su estómago protestó por la falta de alimento. Obligando a su cuerpo a levantarse e ir hasta la cocina a sacar un paquete de fideos instantáneos.
El alimento estrella de cada universitario. Si tuviera que dar una dedicatoria en algún texto académico, le daría una oración completa a estos platos. Sino estaría muerto por desnutrición.
Sabía que estaba mal comer mucho de esto. Hace una semana vivía a base de los ramen baratos de la tienda de conveniencia.
Si Lily venía mañana, tal vez podrían comer una comida de verdad. Algún plato que no sea coreano...
