Actions

Work Header

Rating:
Archive Warnings:
Categories:
Fandoms:
Relationships:
Characters:
Additional Tags:
Language:
Español
Series:
Part 2 of ShadowHunters
Stats:
Published:
2025-11-09
Updated:
2025-11-10
Words:
2,134
Chapters:
2/15
Comments:
3
Kudos:
3
Hits:
34

Entre fuego y Juramento

Summary:

Julia Blackthorn había nacido para sufrir.
Su hermana mayor, Helen, vivía en el exilio, atrapada en la bruma fría de la isla Wranglen.
Su hermano Mark cabalgaba entre las sombras, esclavo de la Cacería Salvaje.
Su madre dormía bajo la tierra desde hacía años, y su padre… su padre había muerto bajo su propia mano, una mancha de sangre que jamás se borraría de su alma.
Ahora cargaba con un secreto: un tío enfermo cuya debilidad debía ocultar, y el peso de cuidar a los pequeños Livius, Thea, Drake y Octavia, como si la culpa pudiera redimirse con ternura.
La peor parte Julia amaba a Elyan Carstairs, su parabatai, su reflejo prohibido. El hombre que el destino le negó, que los juramentos del Ángel le prohibía tocar.
O una serie de One Shot Blackstairs con cambio de género.

Chapter Text

El sarcasmo de Elyan era un arma filosa y una coraza. Y Julia era su blanco favorito.
—Otra vez con esa cara de funeral, Blackthorn —le decía en el salón de entrenamiento, esquivando con una agilidad que parecía una burla—. ¿O el peso del mundo ya te está dejando marcas en la frente?
Julia apretaba la mandíbula.

El sudor le resbalaba por la nuca, la camisa pegada al cuerpo, la respiración entrecortada.

Él la provocaba a propósito. Siempre lo hacía.
—Prefiero eso a tu perpetua inmadurez, Carstairs. ¿O ya perdiste la cuenta de tus adoradoras esta semana?

Elyan sonreía, esa sonrisa torcida que podía desarmarla en segundos.
—¿Celosa, Julia? No lo olvides: eres mi chica favorita.

El golpe que siguió no fue por entrenamiento. Fue para no gritar.

Era un juego de acero y respiraciones cortas, un baile de espinas donde cada palabra dolía menos que el roce de sus cuerpos cuando se acercaban demasiado.

Julia sentía el calor de él, el pulso rápido de su parabatai vibrando a través del aire.

Y odiaba que su cuerpo lo reconociera antes que su mente.

Sabía que era su chica favorita porque era su parabatai. Porque así lo dictaban las runas,

no el deseo.

Pero cada vez que él le sonreía así, con esa mezcla de arrogancia y ternura que sólo él podía tener, Julia sentía cómo el mundo se torcía a su alrededor.

Las tardes en la playa eran su condena más dulce.

Elyan, descalzo, con el torso desnudo, caminando entre el reflejo del sol y la espuma.

Julia fingía leer. Fingía no mirar.

Pero lo hacía: seguía con la vista la línea de su espalda, la forma en que la luz se curvaba sobre sus hombros, la tensión de sus músculos cuando pasaba una mano por el cabello mojado.

El deseo era una criatura que despertaba lenta, feroz, en su pecho.

Quería acercarse. Quería tocarlo. Quería saber si su piel se sentía tan cálida como la imaginaba en sus noches de insomnio.

Pero no podía. El juramento la encadenaba. Y el amor que lo sustentaba era su herejía más grande.

A veces pensaba que si Elyan la miraba un segundo más de lo necesario, si sus dedos rozaban los suyos al pasarle un arma, si su respiración se mezclaba con la suya durante un entrenamiento, el vínculo se rompería. No por magia, sino por deseo.

Y no habría vuelta atrás.

Entonces llegaban los días crueles, los días en que lo veía en el Instituto con otra chica.
Elyan riendo, susurrando algo al oído de alguna Cazadora nueva.

Y Julia sentía el ardor subirle por el pecho, un fuego que no tenía nombre.

—¿Y tú, Julia? ¿Nada? —preguntaba Helen a través de la pantalla, con esa dulzura que cortaba más que una espada—. No puedes seguir viviendo sólo para los demás.

Julia respiraba hondo, deseando decirlo todo. El cansancio. El secreto del tío Arthur. El amor que la consumía.

Pero mentía, como siempre.

—El chico correcto no ha aparecido —respondía, con una sonrisa tan tensa que podría quebrarse.

Y entonces, como si el universo decidiera torturarla un poco más, Elyan aparecía.

El olor a acero y a viento, el brillo de Cortana a su espalda.

—¿Hablando de mí, chicas? —bromeaba, dejándose caer en la silla junto a ella. Su rodilla rozaba la de Julia, un toque leve, casi casual.

Pero para ella, ese roce era un incendio.

Fingía exasperación. Fingía calma.

Mientras su corazón golpeaba con violencia contra las costillas, como si quisiera escapar de su cuerpo para ir hacia él.

Cuando Elyan se inclinaba sobre la mesa para alcanzar la sal, su aliento rozaba la piel de Julia, y todo el mundo parecía detenerse.

Porque eran parabatai.

Esa era la verdad. La excusa. La maldición.

Podía sentirlo en el vínculo: la chispa viva que lo unía a ella incluso cuando no hablaban.

Pero cuando lo veía reír, cuando sus ojos buscaban los suyos sin razón aparente, Julia no quería ser su aliada en la batalla.

Quería ser la mujer que lo desarmara con un beso.

Y ese deseo, más profundo que la sangre, más peligroso que cualquier demonio, era su secreto más oscuro.

Porque amarlo la destruiría.

Pero tenerlo… los destruiría a los dos.

Chapter 2: Dos

Chapter Text

El mundo de Elyan era agua salada, pulmones ardientes y una oscuridad que tiraba de él hacia las profundidades, su vista se nublaba mientras en su mente lo recorrían una serie de pensamientos, su padre entregandole a Cortana, su madre besando su mejilla antes de dejarlo por última vez en el instituto, los Blackthorn cenando pizza, Livius escuchando a Thea hablar de animales, Drake con sus películas de terror, Octavia armando castillos de arena, una imágen rompió con todo lo anterior.

Julia, su Juls, su parabatai, a los cinco años pintando con sus colores, sus dedos cubiertos de témperas, a los trece años mirándolo fijamente a través del salón de los acuerdos, la que tenía los ojos verdes azulados más profundos que el océano que lo ahogaba ahora mismo. Escupió, tosiendo violentamente, el sabor del océano y la propia muerte en su garganta. Cuando su vista logró enfocarse, allí estaba ella. Julia. De pie contra el cielo crepuscular, empapada y con el rostro pálido por el miedo y la furia.

—Gracias al Ángel—logró rasgar su garganta, aliviado hasta la médula de que fuera ella quien lo hubiera sacado de las fauces del mar.

Julia, con una eficiencia que delataba años de cuidado, revisó que estuviera respirando bien, que no tuviera huesos rotos. Y entonces, sin una palabra, se dio la vuelta para marcharse. La furia emanaba de ella en ondas casi visibles.

—Julia, espera—Su voz sonaba como papel de lija—Lo lamento. Sé que debí decirte.

Ella se detuvo en seco, girando sobre sus talones. Sus ojos, del color de la tormenta en el mar, lo atravesaron.

—¿Tú crees? ¡Te escapaste! Con mi hermano, sin pensar en mí—Cada palabra era un latigazo—Sin pensar en ti. Eres mi parabatai, Elyan. Se supone que debes confiar en mí.

—Lo sé. Lo lamento—Era todo lo que podía decir. La culpa, mezclada con el agua de mar, le amargaba la boca.

Ella soltó un suspiro que pareció sacarle toda la fuerza y recomenzó su marcha por la playa, alejándose de él. Una desesperación visceral se apoderó de Elyan. No podía dejarla ir. No así.

—¡Julia!—la llamó, impulsándose con dificultad—¡Por el Ángel! ¡Confió en Mark! ¡Tú confías en Mark! ¡Pareces celosa!

Fue el detonante. Ella se volvió como un torbellino, toda su compostura hecha añicos. 

—¡Estoy celosa!—chilló, su voz quebrándose en la brisa marina—¡Estoy celosa de Mark! ¡De que confíes en él más que en mí! ¡Estoy celosa de Camila Ashdown y de que la mires como si fuera una maldita luz! ¡Estoy ardiendo, Elyan, ardiendo de celos!

La confesión lo dejó sin aliento, pero la frustración lo empujó. 

—¿Por qué? ¿Por qué, Julia?—No tenía sentido, nada de sentido. Julia era su chica favorita, la chica principal de su universo, su parabatai.

Y entonces, ella lo miró directamente a los ojos, con toda la rabia y el dolor del mundo desatados. 

—¡Porque te amo, idiota!—grito con la voz rota, luego llevó ambas manos a su boca para cubrirla con un jadeo ahogado.

El mundo se detuvo. El sonido de las olas, el viento, todo desapareció. Elyan la miró, incrédulo, durante un latido del corazón. Luego, en el siguiente, cruzó la distancia que los separaba.

Sus manos se enredaron en su cabello castaño mojado, tirando de su rostro hacia el suyo, y sus labios se encontraron en un beso que no era nada suave ni tierno. Era salado, desesperado y lleno de la verdad que habían estado negando durante años.

Fue como si una represa se hubiera roto. El "lo siento", el "está prohibido", el "somos parabatai"... todo se desvaneció en el humo de un hechizo que nunca debió ser lanzado. Sus manos ya no se contentaban con su rostro; bajaron a su ropa empapada, tanteando los botones de su camisa, buscando la piel caliente debajo.

Tenía que sentirla. Tenía que reclamar cada centímetro, asegurarse de que era real, de que era suya. Su Julia. Su Juls. No la hermana de armas estoica, no la cuidadora de todos, no la chica que esperaba a un hombre perfecto que no existía. A él. Que lo esperaba a él, con todos sus defectos, su sarcasmo y su miedo.

Se separaron jadeantes, frente a frente, con las frentes unidas. El vínculo parabatai, siempre una corriente sosegada entre ellos, ahora rugía como un océano interior, amplificado por el contacto, por la verdad por fin admitida.

Elyan miró los labios hinchados de Julia, sus pupilas dilatadas que reflejaban su propio deseo.

—Al diablo si está prohibido—susurró él, su voz áspera con una mezcla de asombro y posesividad feroz.

Y entonces la besó de nuevo, más lento esta vez, pero con la misma intensidad devoradora, sellando en la playa desierta un juramento nuevo, mucho más antiguo y peligroso que cualquier runa.

El segundo beso no fue de desesperación, sino de afirmación. Elyan saboreó la verdad en los labios de Julia, una verdad salada por el mar y dulce por la rendición. Sus manos, que habían estado aferradas a su rostro, comenzaron a descender. Ya no era suficiente sentir el latido de su corazón contra el suyo; necesitaba sentir todo.

Sus dedos encontraron el borde de su camisa empapada. La tela, pesada y fría, cedió bajo su urgencia. No hubo delicadeza al desabrochar los botones, solo la necesidad imperiosa de ver, de tocar. La tela mojada se pegaba a su piel, revelando cada curva, cada tensión muscular. Cuando por fin apartó la camisa de sus hombros, el sonido de la tela rasgándose levemente se perdió en el rugido de la sangre en sus oídos.

Julia no fue pasiva. Sus propias manos recorrían su espalda, sus uñas se clavaban levemente en la piel marcada por runas, trazando los símbolos que conocía tan bien como los suyos propios. Cada runa que tocaba parecía encenderse, no con fuego de ira, sino con el calor de una conexión que ahora trascendía lo espiritual para volverse ferozmente físico.

Elyan la guió hacia la arena, lejos del agua que lamía la orilla. La arena húmeda fue su lecho improvisado. Se arrodilló sobre ella, mirándola tendida bajo el crepúsculo, su piel pálida contrastando con la oscuridad de la arena. Por un momento, la duda lo asaltó. ¿Y si esto lo arruinaba todo? 

Pero entonces Julia le miró, y en sus ojos no había rastro de la hermana de armas o la cuidadora. Solo había una mujer, desnuda en su deseo, ofreciéndose sin reservas. Ese fue el fin de toda duda.

Su boca encontró la suya de nuevo, pero el camino ahora era distinto. Sus labios viajaron por su mandíbula, bajaron por la línea de su cuello, sintiendo el pulso acelerado que latía bajo su piel. Saboreó la sal en el hueco de su clavícula, y un gemido ahogado escapó de los labios de Julia. Era el sonido más hermoso que había escuchado.

Sus manos siguieron el recorrido, palmeando la suave curva de sus costados, la tensión de su abdomen. Cada temblor que provocaba su tacto, cada jadeo entrecortado, era un himno que alimentaba su propia necesidad. La ropa se convirtió en un obstáculo intolerable. Elyan se separó solo lo necesario para deshacerse de su propia camisa empapada, y luego sus dedos trabajaron en los botones de sus pantalones con una urgencia torpe.

—Elyan—susurró Julia, y su nombre en su boca ya no era una reprimenda ni una advertencia. Era una súplica, una confirmación.

Cuando por fin no quedó nada entre ellos, cuando piel se encontró con piel sobre la arena fría, el mundo exterior cesó de existir. Ya no había Instituto, ni hermanos que cuidar, ni leyes que los condenaban. Solo existía el mapa táctil de sus cuerpos, el lenguaje antiguo de las caricias y los susurros entrecortados.

El vínculo parabatai, que siempre había sido un canal de fuerza y estrategia en la batalla, se convirtió en algo completamente distinto. Ahora transmitía el escalofrío de un roce, el fuego de una caricia en el lugar preciso, la abrumadora ola de placer que barrieron cualquier pensamiento coherente. No era solo sus cuerpos lo que se unía; eran sus almas, fundiéndose en un crisol de sensaciones puras, amplificadas más allá de lo imaginable por la magia que los ataba.

Elyan la miró, hundido en ella, sintiendo cada temblor, cada ola de su éxtasis como si fuera propia. Y supo, con una certeza que nacía de lo más profundo de su ser, que ningún cielo o infierno que la Clave pudiera prometer importaría jamás. Esto, aquí, con ella, era su única y verdadera redención. Su pecado, su santuario, su Juls.

Series this work belongs to: