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París, 18 de octubre de 2025, 09:40 de la mañana.
La ciudad ya está en movimiento; los turistas pasean por las calles, un barullo de diferentes idiomas invade los negocios, un ciclista toca el timbre para abrirse paso entre los peatones, las obras de algún lugar cercano aumentan el ruido de fondo y el sol cálido hace que todo se sienta más vivo y lleno de gente.
Por su parte, el Louvre ya ha empezado a recibir a sus primeros visitantes del día que pasean por las galerías del museo. Una ajetreada calma se mantiene, pero entonces saltan las alarmas.
Los guardias de seguridad empiezan a movilizarse ya que el cristal de la ventana de la galería Apolo ha sido roto.
Antes de que alguien llegue dos personas se cuelan por la ventana. Han subido desde fuera en un camión grúa que lleva estacionado desde hace al menos diez minutos. Llevan chalecos reflectantes y demás accesorios de construcción. Nadie se ha percatado de ellos, parecían demasiado normales, demasiado discretos y confiados, como quien hace su trabajo de cada día. Nadie había prestado atención ni siquiera a los pasamontañas que cubrían los rostros de los dos individuos.
El más corpulento de ellos lleva una radial y va directo a una vitrina. Lo han planeado con detalle, así que ignorando el diamante en la vitrina a su derecha que es una de las piedras preciosas más valiosas de la colección, rompe otra vitrina más alejada con la radial. Ya han gastado 3 minutos, los guardias de seguridad deben estar en camino.
Su compañero, con delicadeza, desliza las manos enguantadas entre los cristales, saca cuatro joyas y se las da. Dos tiaras y dos collares napoleónicos. Vuelve a introducir las manos y saca otras cuantas más, dos pares de pendientes, un lazo, un broche y una corona también pertenecientes a la familia de Napoleón. Han pasado 5 minutos, la policía ya estará también avisada.
Se apresuran a la salida cuando un guardia entra en la sala. El ladrón corpulento, aún con la radial en las manos le mira. Ni siquiera es una amenaza pues han planeado un golpe sin violencia pero es una mirada tan intensa que basta para que el guardia se detenga. Va armado con una porra y un teaser que lleva sin usar desde aquel curso que le dieron hace tres años lo que no le hace sentirse en ventaja y desde luego su sueldo no es lo suficientemente alto como para que merezca la pena correr un riesgo así.
Con el guardia a un lado los dos ladrones salen por donde entraron con nueve joyas acompañándolos. Justo 7 minutos, la policía debe estar por llegar, pero también ellos.
Dos motos se detienen al lado del camión. Los dos ladrones se quitan los chalecos reflectantes y suben a las motos conducidas por sus cómplices.
Aunque cometen un error, la corona se cae al suelo.
Uno de ellos intenta bajar a cogerla de nuevo pero el conductor de esa moto le detiene, no hay tiempo para eso.
Antes de que pasen 8 minutos, ya se han ido de allí sin dejar rastro. Bueno, un gran camión aparcado entre el Siena y el Louvre pero lo han limpiado a fondo, la policía no encontrará nada.
Portland, 09:55.
Hardison observa la televisión prestando atención, había planeado pasar la mañana viendo Doctor who pero no ha podido ser.
París, 10:08.
El museo ha sido evacuado, la policía ya está examinando la zona, los periodistas rodean el perímetro y las televisiones y radios de todo el planeta interrumpen con una noticia de última hora: El museo más famoso del mundo acaba de ser robado.
Boston, 10:13.
Jim Sterling corre a la cocina a la llamada de su hija ya que es raro que algo le haga levantar la voz.
—¿Papá lo has oído? —la chica sube el volumen de la televisión— ¡Han robado el museo, a plena luz del día, iban disfrazados y todo, como en una película!
Sterling observa el televisor con cierto escepticismo, está acostumbrado a tratar robos y crímenes de todos los tipos y aún así, esto le parece demasiado descarado.
