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Abrió los ojos, confundido por el sol. Parpadeó varias veces antes de darse cuenta que estaba en su habitación. Le tomó un poco más de tiempo recordar que los callejones y las sucias habitaciones de motel, habían quedado atrás.
El lado más brutal de la abstinencia se fue hace algunas semanas. Pero todavía se sentía cansado. Somnoliento. Como si sus párpados pesaran demasiado. En especial si eran las seis de la mañana.
Por poco se le cierran los ojos, justo antes de comprender que el jodido número en el despertador era el seis. No el cinco.
-¡Mierda! -el sueño desapareció tan pronto tropezó fuera de la cama-. Mierda, mierda, mierda -buscó la ropa del día anterior en el suelo. Tropezó con su escritorio. Algunos lápices de colores rodaron por allí.
Ya los recogería luego. En ese instante solo importaba una cosa y solo una: la misión.
En la reunión del día anterior le quedó claro que el equipo salía a las ocho. Puso el estúpido despertador a las cinco de la mañana e incluso dejó medio descorrida la cortina para que el sol lo despertara.
No funcionó.
-Igual que tu cabeza a estas horas, al parecer -murmuró el Vacío una vez ya en el elevador.
No traía zapatos.
-Mierda.
Si cojear rumbo al supermercado mientras trataba de calzarse los zapatos y revisar la lista de la compra al mismo tiempo fuera un superpoder… de todas formas se sentiría un fracaso.
Tomó un carrito tan pronto como pudo y aventó dentro solo las cosas necesarias para el desayuno. Ya podría regresar más tarde si olvidaba algo. Por suerte la letra de John, Ava y Bucky eran fáciles de descifrar. Los garabatos de Alexei y Yelena, en cambio, eran otra historia.
Tardó como diez minutos en darse cuenta que no decía leche sino una marca rara de leche vegetal. Tuvo que volver sobre sus pasos para cambiarla cuando se dio cuenta.
Corrió tan rápido como pudo. Sus pulmones silbaron. Y por un segundo deseó poder volar.
Una sartén en la estufa y la cafetera encendida después, por fin pudo respirar con más tranquilidad. Después miró la caja de wafles. Teóricamente hacer wafles era lo más fácil del mundo, pero tres micro incendios después, ya no quería probar suerte. Prefería las cajas cuyas indicaciones podía seguir incluso un niño de cinco años.
-O un omega muy, muy inútil -dijo la sombra dentro de él.
-Cierra la boca -siseó antes de ponerse manos a la obra.
Mientras batía, mezclaba y licuaba cosas, no pudo evitar pensarlo. En las horribles semanas que pasó en abstinencia. En la terapia en casa. En Yelena sujetándole el cabello con un moño para que vomitara en paz. En Walker, el muy idiota, consiguiéndole mantas térmicas para los escalofríos. En Alexei vigilándolo bajo el pretexto de regar las plantas, cuando en realidad no habían plantas en la Torre. Y Ava asomando la cabeza cada tanto a través del muro de su habitación. Estaba tan agradecido con todos ellos. Sobre todo con Bucky y sus tazas interminables de chocolate caliente que lo ayudaron a sentirse menos suicida durante la tercera semana.
Ahora estaba mejor. Por supuesto. Y aunque no recordaba mucho de cómo se hizo amigo de ese puñado de alfas inestables, presentía que les debía su vida. Tenía un hogar gracias a ellos.
Un trabajo. Un lugar en el mundo y no iba a desperdiciarlo. No otra vez.
Eventualmente su mente iba a recordar todo lo previo a esa rueda de prensa en la que anunciaron a los Nuevos Vengadores. Y así por fin sabría quién demonios era y como terminó entre ellos.
-Ouch -regresó al presente cuando el cuchillo aterrizó en su índice.
La sangre no tardó en brotar. Corrió al fregadero para enjuagarla. Ardió un poco y cuando la sacó del agua, ya no sangraba tanto. Sacó unas banditas del cajón derecho, y colocó una.
Debía haber toda una historia interesante de lo que estuvo haciendo antes de conocerlos. Durante los días de abstinencia, también se sintió inexplicablemente invencible.
Pero con el pasar de los días sus abdominales y musculatura desaparecieron, su aroma volvió a ser dulce y empalagoso. Tenía frío todo el tiempo, y era flaco como un estúpido lápiz. Su resistencia al correr (cosa a la que solo aceptó ir una vez, con Walker, y por poco escupe sus pulmones) volvió a ser una mierda, como toda su fuerza física en general.
Puso la mesa. La taza favorita de Yelena. La cantidad precisa de wafles y mantequilla para Walker. El plato de tocino cerca de Alexei, quien atacaba como si fuera su misión. La caja de cereal de colores en el lugar de Ava. Y su plato cerca, con una taza enorme para todo el café que últimamente consumía.
Su dedo aun dolía, pero no tanto como para darle importancia.
Limpió la cocina lo mejor que pudo antes de escuchar los primeros pasos por el pasillo.
Sonrió al ver que era Yelena.
-Bobert -ella le revolvió el cabello. Aun traía pijamas-. ¿Te despertaste temprano?
Él asintió, sintiéndose un poco como un polluelo siguiendo a su madre o hermana mayor, al ir tras ella hasta la mesa. De hecho, siempre andaba tras ella, incluso más que su conejillo de indias.
Poco después apareció Walker. Recién duchado y ya con su traje táctico. Era un alfa enorme, a diferencia de Yelena, y esa mañana olía a entusiasmo y duraznos maduros. Estaba feliz. Y eso era bueno.
Bob le pasó más café al ver que se lo terminaba.
-Gracias, Bobby -gruñó el alfa, aun adormecido.
Bob se limitó a encogerse de hombros. No era gran cosa. De hecho, nada de eso. No estaba seguro de qué hacía exactamente para sobrevivir antes de eso, pero sabía en sus huesos que no era nada bueno ni digno. Así que limpiar y cocinar para un puñado de alfas que salvaban el mundo, era todo un progreso. Si tenía que servirle el café al idiota de Walker por el resto de su vida, estaba bien.
Después de todo era un omega y, como decía su padre, estaba hecho para eso.
-Para eso y para abrir las piernas -siseó en Vacío, como una punzada fría. Bob se tensó, pero Ava, Alexei y Bucky pronto se unieron y eso logró distraerlo lo suficiente.
-Lo que no entiendo -dijo Walker, mientras todos terminaban de desayunar y comenzaban su desfile por todas partes, tomando armas y trajes para la misión-, es ¿por qué el servicio sigue haciendo esos asquerosos wafles de caja?
Bob se quedó quieto. Había estado todavía leyendo algo. Pretendió no escucharlo.
Con el tiempo aprendió que Walker podía ser muy, muy idiota, pero al mismo tiempo el más sincero de todos. Incluso torpemente sincero. Y eso era bueno. Al menos así sabía lo que estaba haciendo mal para solucionarlo.
Yelena le dio un zape en la nuca y el rubio la miró mal.
-No seas imbécil.
Bob se rio de eso, tratando de ocultarse tras su libro.
-¿Qué es gracioso, Bobby?
Un brinco después, negó con la cabeza.
-No. Nada -recordaba ser estampado contra un muro por Walker en algún lugar difuso todavía. Estaba seguro que podría resistir otro porque había resistido cosas peores. Pero ahora entendía que el alfa no lo había tenido fácil tampoco. Y salvo algunos comentarios punzantes, tenían la suficiente buena amistad para, todos los sábados sin falta, ir por burritos al Central Park. No quería perder eso.
Su cita de los sábados. Así lo llamaba Yelena. Y Bob rodaba los ojos mientras Walker le indicaba el dedo medio a la otra alfa. Aunque en el fondo a Bob no le molestaba.
-¿Qué estás haciendo? -preguntó Walker al ver a Alexei recogiendo algunos platos-. Son las ocho menos diez. Deja que el servicio se encargue de eso.
Bob pretendió seguir con su libro. Era un poco feo que Walker hablara de él como si no estuviera allí, pero, por lo demás, le agradaba ser útil.
Incluso los siguió en su cotidiana discusión a través del pasillo hacia el helipuerto. Yelena lo abrazó hasta casi estrujarlo. Ava le besó la mejilla. Bucky lo rodeó un par de segundos con el brazo metálico y Alexei lo abrazó haciéndolo dar un par de vueltas como si fuera tan solo un muñeco. Walker, en cambio, estrechó su mano; después titubeó y finalmente lo abrazó. Fuerte y firme, como todo el él.
Era un ritual infaltable cuando salían en misiones de días completos. Abrazarlo y toquetearlo era la forma discreta de cada uno de ellos de olfatearlo. Al parecer, el aroma de omega los calmaba lo suficiente.
Era como una vela relajante. Y la idea tampoco le molestaba.
Permaneció en la puerta de cristal abierta. El viento del quinjet levantó su cabello en todas direcciones y lo hizo tiritar. Se abrazó a si mismo con un brazo. Agitó la otra mano y los vio desaparecer.
Su extraña familia de alfas.
Sonrió para si mismo. Sacudió la cabeza. Había sido tan tonto en un principio al creer que estaba allí para…
Tragó saliva con fuerza.
Su mente se deslizó sin querer a su primer día allí. Tras una rueda de prensa que no entendió, terminó allí. Rodeado de alfas, vigilado. Por lo que su mente sumó dos más dos y llegó a la conclusión de que su función allí era la de un consolador humano. No sería la primera vez que lo usarían así, pero de todas formas lo asustó.
El miedo se disipó cuando nadie lo visitó en su habitación para acostarse con él. Simplemente se aseguraban de que estuviera bien.
Lo cual solo dejó la segunda opción.
Esos alfas, excepto por Walker y su disciplina militar, eran desordenados y caóticos.
Cinco días comiendo comida para llevar y pilas de ropa sucia, lo hicieron comprender.
No estaba allí para ser el omega del equipo en el sentido sexual, sino para ayudarlos.
-Eres nuestro apoyo -decía Bucky. Y todo tuvo sentido entonces.
Treinta minutos después de que sus amigos se fueran, supo que era tiempo de cumplir su misión personal. Tomó un delantal y unos guantes de goma. Plato por plato, la cocina quedó impecable. Y fue su primera victoria del día.
Colocó una nueva nota adhesiva en la nevera para que todos apuntaran lo que necesitaban del supermercado. Ordenó las compras en la alacena. Repasó algunos videos para en algún momento dejar los wafles de caja que tanto odiaba Walker.
Fue a por el conejillo de indias de Yelena. Lo alimentó, cambió su agua y jugó un rato con él en el bolsillo, al mismo tiempo que iba por todas las habitaciones recogiendo ropa sucia.
Cambió todas las sábanas. Descubrió la colección de platos sucios bajo la cama de Alexei y se preguntó que diablos hacía el escudo del Capitán América bajo la cama de Bucky Barnes.
A eso del medio día tuvo una batalla desenredando el cable de la aspiradora. No confiaba en las aspiradoras robot.
Limpió cada esquina, con sus auriculares en alto volumen, cantando tan desafinado que unas cuantas palomas huyeron al verlo.
En parte sabía que podría hacer todas esas cosas poco a poco. Pero prefería hacerlas cuando ellos no estaban. No porque estorbaran, sino que había aprendido a la mala que algunos alfas se irritaban con el sonido de la aspiradora o el olor del desinfectante.
O era cosa de su padre.
De todas formas, no quería averiguarlo. No quería recibir gritos o golpes por ser un omega fastidioso.
Omega.
Se miró en el reflejo de la televisión. En su ropa enorme y con la aspiradora en mano.
Era bueno ser uno. Era bueno poder ser un omega sin que nadie lo hiciera sentir basura por ello, o le diera palizas esperando que mágicamente los golpes lo convirtieran en alfa.
-No voy a tener una perra omega en esta casa.
El eco de las palabras de su padre dolieron en el pecho. Suspiró y se esforzó en no pensar en eso. En todas las veces que quiso ropa como los demás chicos omegas, o algo de barniz de uñas, o verse bonito. En todas las veces que su padre le repitió que tener un solo hijo no sería tan malo si tan solo no fuera un estúpido omega.
El resto del día fue básicamente eso: desempolvar, leer un poco, consultar algunas recetas, dibujar en el ventanal, doblar la ropa limpia y ponerla en el sitio, leer otra vez y, finalmente, tratar de no destruir la cocina haciendo un pastel de carne.
Según Mel, que lo mantenía informado, el quinjet volvería a eso de las diez de la noche por un retraso inesperado. Así que tuvo tiempo para algo de café, una siesta y terminar su libro de turno.
Se quedó dormido en el sofá, perdiendo la noción del tiempo, hasta que el familiar vibrar de todo el edificio lo despertó.
De pie de un salto corrió escaleras abajo.
El equipo había llegado. Su sonrisa solo pudo hacerse más grande cuando, ni bien puso un pie en el helipuerto, uno por uno lo abrazaron. Con otra ronda de olfateos cariñosos y muy poco discretos. Ellos, en cambio, olían a polvo y estrés amargo. Eso último, se fue desvaneciendo conforme entraron en el apartamento, descubriendo la cena en la cocina.
Era como alimentar una manada de perros felices.
Estaba seguro que Walker incluso le gruñó a Ava por el último trozo de pastel de carne. Antes de que Bucky decidiera que era una buena idea apostar por quien obtenía los restos del helado de la cena anterior.
-¡Te patearé el trasero, Barnes! -amenazó Walker, ofendido personalmente por haber perdido.
Bob sacudió la cabeza.
Poco a poco cuando se dispersaron, no sin antes inspeccionarlo e interrogarlo para ver si estaba bien, Bob supo que era momento de lavar los platos.
Era algo que le gustaba. El agua tibia en las manos con la espuma era agradable. Solía hacerlo al despertar, pero ya que prefería dormir un poco más a la mañana siguiente…
Auriculares de vuelta y a pesar de ser casi media noche, estaba medio bailando mientras fregaba. Algo confundido, claro, cuando sacó de entre los platos un tenedor doblado por la mitad.
De seguro era obra de Walker.
Alfas tontos.
Sacudió la cabeza, y se dispuso a seguir.
El respingo que dio cuando algo se movió a su derecha, fue tremendo.
Walker lo miró con una ceja arqueada, articulando algo. Bob se retiró el auricular con el hombro.
-…no pienso matarte -fue todo lo que logró escuchar.
-¡Pues no deberías aparecer detrás de las personas como un asesino serial, Walker!
El rubio se encogió de hombros, bebió directo del cartón de leche y luego lo guardó.
-Ey -Bob lo miró mal, sintiéndose su madre.
-¿Qué?
Decidido a no tener otra discusión con el alfa, solo rodó los ojos y volvió a los platos. Lo cual duró exactamente treinta segundos antes de que sintiera la mirada de John clavada en su nuca. Se había reclinado en la encimera.
-¿Por qué lavas los platos?
-¿Por qué haces preguntas tontas?
Lo miró por sobre el hombro y al ver su rostro de genuina confusión, suspiró.
-Porque no quiero tener que despertarme a la cinco a hacerlo. Prefiero dormir tarde que despertar temprano.
Era solo cuestión de seguir jabonando y enjuagando, pero la mirada entornada de John lo obligó a voltear. El rubio incluso frunció el ceño, como si estuviera uniendo piezas en las que jamás había pensado antes.
-¿Qué? -preguntó, con las manos aun repletas de espuma.
-¿Despidieron al servicio?
En la escala de uno a Walker era la peor broma que se le había ocurrido.
-Muy gracioso -se volteó y volvió a lo suyo. Esta vez los cinco minutos bastaron para que terminara y dejara correr el agua. Pero al girar, John seguía allí, con la mirada clavada en la lata de café-. ¿Quieres que te prepare algo…?
-¿Qué haces cuando no estamos?
-¿Disculpa? -secó sus manos con un trapo..
John se puso de pie, rodeando la encimera, con los brazos cruzados sobre su pecho. Sus brazos eran gruesos y tenían algo de vello rojizo igual que su barba.
-Lees mucho, Bobby -asintió-. Y dibujas. Pero ¿qué haces con el resto del tiempo?
Sospechaba a donde iba eso. Suspiró.
-Si lo que crees es que he vuelto a drogarme, puedo hacerme un antidoping… -giró listo para tomar el botiquín sobre la nevera.
-No tenemos servicio de limpieza ¿verdad?
-¿Qué? -ya sin entender nada, volteó con las manos vacías-. Walker, es de madrugada. No es momento para tus graciosísimas bromas sobre lo de mi identidad disociativa siendo el servicio de limpieza o lo que sea que se te haya ocurrido…
-¡Reynolds! -el grito fue un poco gruñido, eso le erizó el cabello de la nuca.
Retrocedió, su trasero golpeó la encimera junto al lavaplatos. Ahogo un jadeo. Sus ojos subieron hasta John. ¿Quién diría que siendo demasiado alto para ser un omega, se cruzaría en el camino de un alfa que lo haría sentir pequeño?
Su mente hizo cortocircuito cuando John le tomó las manos, húmedas y enrojecidas por el agua.
-¿Has estado? ¿Todo este tiempo?
-¿De qué… de qué estás hablando, Walker?
-¿Eres tú el que tiene este lugar en pie? No hay equipo de limpieza… entonces ¿quién ha estado teniendo todo impecable, y la comida lista y…? -Walker parecía mortificado.
Bob comprendió entonces. No apartó las manos. Las de Walker eran tibias. Pero si entendió en ese momento que de verdad Walker y todos los demás habían pensado que tenían un servicio de limpieza, un chef personal muy malo, y alguien que incluso pulía los pisos.
Entreabrió los labios queriendo decir algo. No se le ocurrió nada. En especial cuando John lo tomó por el mentón y dijo algo que destruyó, en un segundo, el lugar que creía tener allí:
-Bob, tú no estás aquí para eso. No eres la jodida mucama, Reynolds.
