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El lucrativo trabajo que les consiguió Rhett Nafeel consiste en transportar un núcleo de ordenador de las Guerras Clon, altamente ilegal, escondido en una unidad R2 cuyo interior fue modificado hasta tal punto que el comportamiento de la droide se ha vuelto taciturno y errático. Si todo sale bien, conseguirán quince mil créditos y cierto renombre que les beneficiará de cara a encargos futuros. Pero si tras una semana su contacto no recibe confirmación del empleador ni justificación por parte del trío de contrabandistas, sus nombres pasarán al registro de la Cofradía de Cazarrecompensas con prioridad alfa. Oh, y para realizar la entrega deberán ir a Coruscant, el mundo capital y centro de poder en el corazón mismo del poderoso Imperio Galáctico. Sin presiones.
En los días que han pasado en la gigantesca ecumenópolis, los tripulantes de la Hyperion han sido testigos de lo literalmente estratificada que está su población. Una minoría adinerada —humana casi en su totalidad— disfruta rodeada de lujos en los pisos más altos de afilados rascacielos a los que aún baña la luz del sol, mientras el resto hacen sus vidas en la densa aglomeración de edificios que queda por debajo, donde toda iluminación es artificial excepto en los breves momentos del día en que el profundo cañón de alguna gran avenida queda en la orientación adecuada. Su intermediario en el planeta, una joven llamada Jaan, se aloja en una región aún peor: uno de los niveles del Submundo, un lugar completamente enterrado por edificaciones superiores en el que reina la criminalidad, y por cuyas calles vaga gran cantidad de gente sin hogar ni esperanza alguna de poder salir de allí hacia una vida mejor.
Su misterioso empleador no podía llevar una existencia más opuesta a la de ese entorno tan humilde. Se trata del acaudalado empresario Orion Howard, dueño de una corporación de desarrollo de inteligencia artificial de gran importancia en los Mundos del Núcleo y con buen número de patentes sobre componentes de droides. Buscando información sobre él descubren que además es científico en activo desde hace mucho, publicando en círculos académicos sobre inteligencia artificial y ética droide con títulos como "Droides y el Superego: Hacia un Nuevo Paradigma de la Inteligencia Artificial", "Esclavos de Duracero: Sobre los Ejércitos de la Confederación de Sistemas Independientes" y "La Fuerza del Desprecio: Un Enfoque Histórico de Nuestra Relación con los Sintéticos". Con fama de visionario, y bastante paranoico a juzgar por la complejidad de la operación actual, parece que las elevadas torres de la ciudad planetaria todavía están demasiado cerca de la superficie para él, que hace vida de ermitaño alojado en un inmenso skyhook en las capas superiores de la atmósfera. Una especie de santuario personal en el que puede pasar años trabajando sin ver a nadie, y cuyo ascensor orbital está anclado nada menos que en una isla artificial del Mar Occidental, un inmenso reservorio que constituye la única región del planeta cubierta de agua líquida. Es un popular destino turístico para los pocos que se lo pueden permitir, en el que habrá costado una fortuna situar el centro de propaganda corporativa del que parte el cable umbilical hacia las alturas.
Tras quince minutos de ascenso, la estancia a la que se abre el cómodo turboascensor de mamparos transparentes podría ser el vestíbulo de una mansión en cualquier Mundo del Núcleo, con moqueta roja en el suelo e imágenes holográficas en las paredes. Allí les recibe la asistente de Howard, una droide de lujo BD-3000 que se presenta como M4-611. Pero cuando la acompañan al interior, los visitantes advierten en las superficies una capa de polvo considerable. El ambiente dentro de la estación es incómodamente frío e inquietantemente silencioso, y sólo se oye el eco de sus pasos mientras M4 les dirige a la estancia siguiente. En ella, un largo pasillo abovedado permite ver el sistema de Coruscant en todo su esplendor a través de múltiples ventanales, interrumpidos de vez en cuando por inmensas lámparas de araña. Las increíbles vistas exteriores, no obstante, no son lo más llamativo del cavernoso corredor. Subidos en pedestales y protegidos por campos de fuerza, dos hileras de droides desactivados se extienden en toda su longitud, con placas holográficas anunciando sus diversos modelos y orígenes: droide de batalla hutt serie GXX, droide de guerra krath serie 3, droide de infantería balmorrano SD-6, droide mercenario serie FLTCH, droide de infantería serie FIII…
Jad reconoce sin problemas un droide comando de la serie BX, usado por la Confederación cuando el duros sirvió en ese bando durante la guerra. Recuerda con inquietud la elevada inteligencia y agilidad que poseían esos modelos, sus letales habilidades de infiltración y combate cuerpo a cuerpo, y no puede evitar mirar de reojo a R2-N7 pensando en la tecnología que han traído alojada en su interior. La hazaña que le convirtió en héroe confederado consistió, desde su punto de vista entonces, en salvar a una población civil en el planeta Foundry de un bombardeo orbital iniciado sin motivo aparente por el comandante de una pequeña flotilla republicana. Sólo después se enteró de que allí se estaba desarrollando el temible ultra droide de combate B3, y además de salvar el proyecto con su victoria, los convoyes que escoltaba habían estado transportando materiales exóticos que serían usados en la creación de una variante más mortífera aún. Hace años no tenía la información necesaria para saber de antemano que estaba contribuyendo a algo así, y el recuerdo de aquello levanta muchas sospechas en su cabeza ante todo lo que está viendo ahora. La paga es extremadamente buena, pero Jad tiene cada vez más dudas sobre querer cargar en su conciencia las repercusiones de entregar el núcleo de ordenador a alguien con tal colección de droides militares. También es posible que hoy esté especialmente paranoico y sean imaginaciones suyas, pero aun así el macabro museo le pone nervioso. Suponiendo, claro está, que sólo sea un museo. Frunciendo el ceño, se pregunta en voz alta si los campos de fuerza son realmente para proteger su contenido o más bien los alrededores, y si el estado de desconexión de los droides será total o sólo temporal. Se jugaría algo a que, en esta colección, las propias obras son el sistema de seguridad.
—Y perdería su apuesta, señor Viridux…
El duros se pone aún más tenso y dirige una mirada penetrante hacia el dueño de la nueva voz, que pronunciando su verdadero apellido demuestra ser plenamente consciente de las hazañas pasadas del piloto y todas sus implicaciones. Un mecano-trono se acerca desde su izquierda en la bifurcación al final del pasillo, moviéndose sobre cuatro patas metálicas hasta que sale de la penumbra revelando un cuerpo humanoide cromado y brillante, conectado al asiento con infinidad de cables y tubos de plástico. La única parte no mecánica que puede verse es un rostro humano encuadrado en su cabeza, aunque de un color pálido nada halagüeño, que dibuja una sonrisa y procede a explicar que los droides de la colección están, a falta de un término más apropiado, muertos. Sus circuitos lógicos destruidos en alguna de las batallas que fueron obligados a luchar por sus creadores en un sacrificio que este museo pretende homenajear.
A continuación señala lo que parece la joya de la colección por su lugar prominente en la esquina donde se bifurca el pasillo, cuyo cartel holográfico reza "DROIDE ASESINO HK-M4", y que Denith había estado observando detenidamente por recordarle a algún modelo de su época. En tono casual, el extraño cyborg comenta que dicho ejemplar fue construido hace más de mil años por el famoso Darth Mentis, aparentemente basado en los planos del HK-01 original, y tras eso afirma que encontró sus restos en los vertederos de Raxus Prime y decidió reconstruirlo como pasatiempo, o quizá como pequeña obsesión. Finalmente, añade que aprendió tanto durante el proceso que le debe a ese droide muchos de sus descubrimientos.
El recién llegado no puede ser otro que Orion Howard, pero la droide de lujo espera a que termine de hablar para confirmarlo y hacer las presentaciones. El empresario asiente educadamente con su cabeza mecánica, aunque pronto su atención se dirige principalmente hacia Denith, o más bien sus implantes, con una sonrisa intensa y casi analítica mientras pide permiso para verlos de cerca. Tras examinarlos en detalle con ojos cibernéticos que parpadean durante un segundo con un brillo rojizo, no tiene más que elogios por el excepcional estado de conservación del brazo mecánico del contrabandista; artesanía de la Antigua República que no sabe dónde habrá podido conseguir, porque una maravilla así puede valer toda una fortuna hoy día. Aparte de eso, no obstante, el magnate se muestra decepcionado. Recostándose de nuevo en su trono, les confiesa que el motivo de elegirles para la parte final del plan fue conocer a Denith en persona, ya que le había parecido admirable ver a otro cyborg actuando de manera tan abierta a pesar de los prejuicios que abundan contra ellos en la galaxia. Sin embargo albergaba también la esperanza de que Rexnor poseyese aumentos como él, y no sólo prótesis.
Denith se siente algo contrariado ante todo esto. De algún modo esperaba que sus implantes cerebrales contaran, aunque los recibiese para compensar los daños que le causó la exposición al vacío al salvar el puente de su fragata tras un impacto directo muchos años atrás. En cuanto al resto de cosas… Lo cierto es que trata de evitar que la actitud de otra gente influya en sus acciones demasiado, pero en más de una ocasión en los últimos meses ha intentado ocultar sus prótesis para ahorrarse problemas. Varias veces ha tenido que escuchar un "malditos 'borgs" a sus espaldas, y quién sabe cuánto hubieran durado los escaneos en el control de viajeros de Coruscant si sus implantes no fueran sólo ortopédicos, o si de no serlo le hubieran dejado siquiera entrar al planeta. Incluso sin aumentos, al visitar lugares emblemáticos como Monument Plaza no tardaron en notar que para evitar llamar mucho la atención, Denith por cyborg y Jad por alienígena, tendrían que restringirse a niveles más inferiores de la ciudad, en los que cualidades menos aceptadas por la élite acomodada pasan más desapercibidas.
La actitud de Howard es radicalmente opuesta a ese segmento de la sociedad. A modo de énfasis, se levanta del trono de repente y varios cables y conectores se repliegan con un siseo. A su juicio, el siguiente paso evolutivo de las especies orgánicas de la galaxia es la sustitución de sus cuerpos por tecnología droide, y no sólo lo ha llevado a la práctica reemplazando más del 80% de su organismo por componentes mecánicos, sino ampliando su mente con matrices cibernéticas que le permiten funcionar en un estado que parece considerar superior al del resto, aunque no lo diga de forma explícita. Ha llegado a un punto en el que duda que vaya a morir de viejo tras esas mejoras, y recalca esto último tratando de despertar la intriga del otro cyborg.
Denith tiene que dedicar un momento a componer una respuesta adecuada, con la mirada perdida mientras intenta que la emoción no le embargue. Estos días en Coruscant le han traído a la mente constantes comparaciones entre el aspecto actual del mundo y la última vez que lo pisó, cuando era el hogar de su familia tras su mudanza a la capital por las Guerras Sith. Ha tenido muy presente el recuerdo de su mujer Rosa y sus hijos Maria y William, que incluso gozando de buena salud habrían fallecido hará ya treinta y cinco siglos. Sí, por supuesto que una tecnología que otorgase la vida eterna habría permitido que se encontrasen de nuevo tras el accidente hiperespacial que le desplazó milenios hacia el futuro. Pero quién sabe si se reconocerían tras todo ese tiempo, o si serían las mismas personas ahora que entonces. E incluso si, sustituyendo el organismo artificialmente a ese nivel, seguirían siendo personas o… tal vez otra cosa. No, Denith ya ha hecho las paces con este asunto, y aunque no dice en voz alta el motivo, se muestra reticente ante traspasar ciertas barreras. Desde luego está interesado en la mecánica cyborg, dadas sus circunstancias, pero no está a gusto con el concepto de conseguir la vida eterna. En su opinión, un individuo no necesita tantas vidas.
Howard no está de acuerdo, señalando que si hasta los Jedi comprendían que una persona no es sólo materia cruda, que la cobertura física que use es irrelevante, entonces por qué no habría de elegirse la mejor posible. Pero luego emite un suspiro —sólo como gesto y sonido, pues no parece que necesite respirar— y se disculpa por la discusión. Afirma que siempre ha tenido tendencia a divagar, y tras tantos años con la droide asistente como única compañía, a la que se dirige como Maggie, sus excentricidades no han mejorado. Comenzando a caminar por el otro corredor, pide a los contrabandistas que le acompañen a su oficina para extraer la carga del interior de Enesiete y poder finalizar la transacción.
Su despacho resulta ser una inmensa sala redonda escasamente iluminada y estructurada alrededor de una gran silla, que se eleva varios metros sobre un pistón para situar a Howard en el centro de gran cantidad de pantallas y modelos holográficos suspendidos en el aire. Mientras Maggie desatornilla con precisión la carcasa de R2-N7 —provocando un quejido casi reflejo en Uvecero, la unidad R2 de Vorian—, el joven advierte preocupado que su empleador ha pasado a tener la mirada perdida, y le pregunta si ocurre algo. El cyborg se gira hacia él, confuso y sin saber muy bien con quién está hablando, para después apartar la cara y bajar la voz a un murmullo apenas audible. Vorian sólo logra distinguir palabras cuando amplía sus sentidos mediante el uso de la Fuerza, y éstas parecen alternar entre su voz más humana y el apoyo del sintetizador de voz, como si el sistema funcionase de forma errática mientras el magnate parece discutir consigo mismo.
Con su percepción abierta al campo místico que emana de todo ser vivo, Vorian se sobresalta al notar que algo va terriblemente mal. Sorprendiendo a sus compañeros y provocando protestas de Maggie, echa a correr de repente para intentar trepar a la silla y sacar a su anfitrión de ese estado. Pero, rodeado de diagramas holográficos de algún tipo de droide muy antiguo, Howard gira la cara hacia Vorian y le habla con una voz que definitivamente no es la suya, unida a una terrorífica falta de expresión.
—Afirmación: No debería haber hecho eso.
Ignorando las preguntas y muestras de preocupación del chico encaramado al pistón, el cyborg inclina la cabeza lentamente mientras los contrabandistas empiezan a sospechar con horror la terrible realidad de lo que está sucediendo.
—Afirmación quejumbrosa: Podrían haberse ido de aquí sin ninguna interferencia posterior, pero no, tenían que mostrar esa irritante curiosidad orgánica...
Este no es el Orion Howard con el que habían estado hablando. Si antes se trataba realmente de su personalidad, hace años que el inventor dejó de estar completamente a los mandos de ese cuerpo metálico; atrapado bajo el dominio de una entidad diferente que poco a poco se ha hecho con el control. Tal vez la inteligencia artificial de un antiguo droide asesino, que podría estar planeando el sometimiento de los seres orgánicos e inferiores que pueblan la galaxia y osan basar su nivel de vida en la esclavitud de innumerables seres mecánicos. Y al que han traído en bandeja tecnología de una facción cuya especialidad durante la guerra era desplegar millones de droides en centenares de escenarios bélicos diferentes.
Unos planes de los que, sin duda alguna, ahora saben demasiado.

Sanae_Prime Fri 31 Mar 2023 07:02AM UTC
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DarkSapiens Fri 31 Mar 2023 07:44AM UTC
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